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Missatge  Panter 22/11/10, 01:24 am

Los científicos examinan si la selección sexual que postuló Darwin rige la evolución

JAVIER SAMPEDRO 21/11/2010


Con quién forme pareja un individuo no depende solo de sus preferencias. Tal vez su tipo ideal esté fuera de catálogo, o sea tan escaso que nunca lo encuentre.

Quizá no ha buscado lo suficiente, o ha buscado mal. A lo mejor sí la encuentra pero siempre está con otro. Tal vez usted no le guste.

El primer experimento que aborda directamente esta cuestión acaba de ofrecer unos resultados inesperados. Los rasgos deseados y los reales no coinciden ni para las mujeres ni para los hombres, aunque de formas muy distintas. Los hombres prefieren mujeres más delgadas que las que tienen. Las mujeres pueden preferirlos más delgados o más gordos.

Pese a todo, los hombres tienden a salirse con la suya, o a aproximarse lo más posible. Por ejemplo, los que prefieren a las mujeres delgadísimas están con parejas más delgadas que la media. Una conclusión general es que los rasgos que suelen considerarse primordiales para el atractivo tienen poca influencia a la hora de formar pareja en la vida real.

Alexandre Courtiol y sus colegas de las Universidades de Montpellier y Paul Sabatier (PLoS one, 9:e13010) han medido las preferencias de la gente en materia de altura y masa corporal, y las han comparado con los rasgos de la pareja real. Esos simples parámetros capturan casi toda la variedad de formas del cuerpo humano.

Los voluntarios -116 parejas heterosexuales de Montpellier, Francia- no expresaron sus preferencias de modo verbal, sino esculpiendo su silueta directamente en el ordenador, con un programa especial. También tuvieron que dibujar su propia figura, a modo de control. Los investigadores han procurado excluir los factores de variabilidad genética, y no solo por restringirse a Montpellier:
por ejemplo, dejaron fuera del experimento a 20 parejas porque uno de sus miembros tenía al menos un abuelo de ascendencia no europea. Todo el proceso se llevó a cabo de forma anónima, incluso para la pareja (o sobre todo para ella).

El índice de masa corporal (IMC) es el peso partido por el cuadrado de la altura. Es una fórmula curiosa porque, a igualdad de forma, el peso de un cuerpo no crece con el cuadrado de su altura, sino con el cubo. Pero una persona alta no es una mera versión ampliada de una baja -suele tener una estructura ósea más escueta- y usar el cuadrado en vez del cubo corrige en parte esa complicación.

Para los adultos, un índice menor de 18,5 es signo de excesiva delgadez, y a menudo de anorexia. De ahí hasta 25 indica la forma óptima, hasta 30, el sobrepeso y más de 30, la obesidad.

El hombre ideal promedio de las mujeres es variable: mide 1,78 (pero va de 1,60 a 1,90); y pesa 75 kilos (algunas se conforman con 52 y otras suben hasta 109). Pero ni siquiera la mujer más prendada de los huesos masculinos traspasa el límite oficial de lo tolerable: busca un índice de masa corporal de 19 (por encima del 18,5 que marca el límite de la anorexia). Sin embargo, cuando una mujer dice que le gustan gordos, no se para en la frontera del sobrepeso (25) ni en la de la obesidad (30): le gusta un índice de 34, es decir, un obeso con todas las de la ley.

1,76 metros es lo más que dejan los hombres crecer a las chicas de sus sueños, y los hay que las prefieren de 1,56. La mediana de la preferencia masculina está en el puro límite de la anorexia (18,4), y hay hombres que apuestan por el 16. Cabe recordar que la pasarela Cibeles tiene vetadas a las modelos con un índice inferior a 18. Por el otro extremo, y a diferencia de lo que ocurría con las mujeres, el hombre más afín a las curvas no pasa de un índice de 27.

Se podría decir: todo el mundo está lejos de su ideal, pero solo las mujeres lo están de una manera impredecible. ¿Es esto correcto? Y ¿qué significa?

"De hecho, es correcto en lo que respecta a las preferencias para el índice de masa corporal", responde en una entrevista por correo electrónico el autor principal del trabajo, Alexandre Courtiol, del Instituto de Ciencias de la Evolución de la Universidad de Montpellier. "En cambio, las preferencias de altura son muy impredecibles para todos".

Incluso para el IMC ideal expresado por los hombres, subraya Courtiol, "y por mucho que haya una fuerte tendencia a preferir un IMC más bajo que el que tienen sus compañeras reales, no podemos predecir con exactitud el IMC que prefiere un hombre determinado. Siempre hay variación entre individuos, como en cualquier sistema biológico".

"Esto significa que, en promedio, si se compara lo que un hombre quiere con lo que tiene en términos de masa corporal, se encontrará con que su compañera es más gorda que su ideal; mientras que para las mujeres esto no se cumple: ellas tienden a preferir chicos más gordos o más delgados que sus parejas reales".

Esa variación, de hecho, era el principal objeto de interés de los científicos franceses cuando abordaron el estudio. "Esa variedad es importante", explica Courtiol, "puesto que, si tiene alguna base genética, puede constituir la materia prima para que operen la selección natural y la selección sexual". Los dos grandes motores de la evolución previstos por Darwin.

La selección natural es una idea simple: todo ser vivo tiene una gran capacidad de reproducción -produce copias de sí mismo con leves variaciones-, pero en un mundo de recursos escasos solo algunas copias sobreviven lo bastante como para reproducirse a su vez: aquellas con unas variantes más ventajosas en ese entorno particular.

Si las condiciones del entorno se mantienen durante cientos de generaciones, las variantes ventajosas colonizarán toda la población. Visto desde fuera, la especie habrá evolucionado hacia una forma mejor adaptada a ese entorno.

Pero Darwin se dio cuenta de que la cornamenta del antílope y la cola del pavo real no podían haber evolucionado por selección natural -ambas son costosas de producir, molestas de llevar y aparentemente inútiles-, y postuló un segundo mecanismo para explicar ese tipo de ostentaciones: la selección sexual.

La teoría sostiene que hay rasgos (adornos, colores llamativos, tamaños chocantes) que garantizan a su portador un gran éxito con el sexo opuesto. La potencia de este motor evolutivo es en estos casos superior al de la selección natural, que tiende a eliminar esos alardes tan vistosos para los predadores. Como mecanismo evolutivo, tener éxito es más rápido que pasar inadvertido.

Tanto la cornamenta del antílope como la cola del pavo real son producto de la selección sexual, aunque de dos modos distintos. La cornamenta le sirve al macho para pelearse con otros machos por las hembras. La cola sirve directamente para gustar a las hembras. Son las preferencias sexuales de las pavas las que han impulsado la evolución de la cola de los pavos.

Una hipótesis extendida para explicar nuestras preferencias sexuales -o incluso todas nuestras tendencias estéticas- es que lo bello es un marcador de lo sano. Una cara simétrica, por ejemplo, sería el resultado final de un proceso de desarrollo adecuado. Esto explicaría el gusto humano por la simetría. Pero Courtiol no cree que esa idea explique los nuevos datos.

"Determinar si los rasgos atractivos representan o no signos de calidad es una cuestión difícil", dice el científico. "Ya Darwin y Wallace

[Alfred Russell Wallace, el codescubridor de la evolución por selección natural] discreparon sobre la cuestión, y la controversia no ha cesado. Los psicólogos evolutivos tienden a ignorar esos problemas, por desgracia, y han propagado la idea de que el atractivo es la marca externa de los buenos reproductores". Por ejemplo, si las tres gracias de Rubens representaban el canon de belleza del siglo XVII, el atractivo en esa época quedaba fuera de los márgenes considerados saludables por la medicina actual. "En un cálculo a ojo, comparándolas con mi base de datos gráfica, yo les pondría un IMC de 30, como si midieran 1,62 y pesaran 78 kilos". Un índice de 30 es la frontera entre el sobrepeso y la obesidad. "Por cierto, que una de ellas parece tener un cáncer de mama".

Hay, en efecto, varios artículos técnicos recientes que indican que las tres gracias -o al menos alguna de ellas- padecían no solo cáncer de mama, sino también escoliosis, hiperlordosis, hiperextensión de las articulaciones metacarpales y pies planos. Más que un signo de vigor darwiniano, la belleza parece en este caso un síntoma de enfermedad.

Un hecho curioso es que, aunque hay grandes diferencias entre una mujer y otra en materia de preferencias, no hay un sesgo general hacia hombres "más altos" ni "más gordos". Con los hombres, eso solo pasa con la estatura de su chica ideal: no hay tendencia general. Pero sí la hay con la forma del cuerpo. La chica ideal pesa en promedio cinco kilos menos que la real, o dos puntos y medio menos de índice de masa corporal.

Sin embargo, la variabilidad de preferencias que muestra cada mujer parece compensarse entre unas y otras mujeres. De modo que, si uno solo mira a los promedios de la población, ve que sus preferencias coinciden con su realidad: que los rasgos que consideran ideales coinciden con los que tienen sus parejas. ¿Por qué las preferencias y las características de la pareja real son tan parecidas en promedio? ¿Por qué las desviaciones del ideal deberían compensarse en la población?

"No lo sabemos", admite Courtiol. "Un biólogo panglossiano respondería algo así: 'porque las características de los hombres han evolucionado para que coincidan con las preferencias de la mujer promedio'. Pero no creo que esa explicación sea la correcta, porque las preferencias pueden cambiar muy rápidamente, y creo que, en efecto, la situación era diferente incluso muy recientemente (en una escala de tiempo evolutivo)".

El investigador francés explica: "Si la preferencia de las mujeres para la altura no hubiera cambiado por un tiempo, querría decir que, hace 50 años, las mujeres preferían hombres mucho más altos que la media de entonces; pero con el notable aumento de la estatura media en las últimas décadas -debido principalmente a la salud y a la modificación de los hábitos alimentarios, y no al cambio genético-, resulta que ahora la altura media de los hombres coincide con la media de las preferencias de las mujeres. Si esto es así, esa coincidencia es pura suerte".

¿Cree Courtiol que la correlación (entre las preferencias y características reales de la pareja) sería mayor entre las mujeres y sus aventuras sexuales? "Es muy probable, de hecho", responde el científico francés. Pero ese sería un experimento más delicado y difícil de organizar, ¿no? "En efecto; necesitaríamos analizar a las dos parejas, y habría que pedir a las chicas que trajeran a sus aventuras al laboratorio".
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