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El mundo quiere ser barcelonés, mientras que los barceloneses están que trinan contra el mundo

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Missatge  Invitat 02/08/10, 03:43 pm

Màrius Carol | 02/08/2010

La editora Valeria Bergalli recordaba que E.B. White, uno de los articulistas más brillantes de The New Yorker, escribió en 1948, durante una ola de calor, un ensayo sobre Nueva York, después de refugiarse en el hotel Algonquin en el que descubrió la verdadera alma de la ciudad. El artículo empezaba con esta frase:

"Nueva York concederá el don de la soledad y el don de la intimidad a cualquiera que esté interesado en obtener estas recompensas tan extrañas". La obra es un alegato de la ciudad como capital de todo, de la que el autor valora la capacidad de respetar la privacidad de vecinos y forasteros. Bergalli se preguntaba qué diría hoy un tipo como White de una ciudad como Barcelona que duda de su propia medida, que no acaba de definirse sobre si debe ser la capital de Catalunya o del Mediterráneo. Y donde sus habitantes no tienen claro de si debe ser una gran ciudad, por temor a perder su carácter.

Estos días se ha podido comprobar cómo un informe oficial designaba a Barcelona como la primera ciudad europea en calidad de vida, al tiempo que la situaba como cuarta mejor urbe para ubicar negocios. El propio Financial Times le otorgaba el quinto lugar en el ranking de ciudades europeas de futuro. En contraste con estos estudios, el barómetro municipal ofrece una visión del barcelonés como un ciudadano indignado, que evalúa mal o muy mal la gestión del Ayuntamiento, la Generalitat y el Gobierno español. Un ciudadano preocupado por la inseguridad, la inmigración, la suciedad, la economía y el incivismo (por este orden), que considera que la situación de Barcelona ha empeorado.

A veces, uno tiene la sensación de que el mundo quiere ser barcelonés (aumentan el número de turistas, de visitantes de la Fira, de congresistas extranjeros, de estudiantes de Erasmus y de ejecutivos que eligen Barcelona), mientras que los barceloneses parecen estar que trinan con el mundo. Es cierto que el barcelonés es vitalmente crítico, como si en cada vecino anidara un alcalde virtual en su interior. Pero seguramente sufre cierto estrés de obras y cambios en los últimos 25 años y se diría que, más que transformaciones, aspira a que los políticos pongan su acento en que la cotidianidad funcione y que determinados símbolos no se degraden.

La ciudad siempre tiene algo de contradictorio, pues es un espacio de creatividad y de riesgo. Balzac llamó a París "el más delicioso de los monstruos". Sin embargo, sorprende que la capital catalana sea percibida tan diferente desde dentro y desde fuera, como si fuera una visión de gafas bifocales, en las que la realidad se puede ver borrosa o diáfana según por donde se mire. White seguramente diría de Barcelona cosas parecidas de las que escribió sobre Nueva York, salvando magnitudes, aunque sugeriría a los políticos que se reconocieran más en ella que en sus propios discursos.
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