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Jesús, la política y las armas. Pasajes evangélicos como materia de reflexión (VIII) (139-08)
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Jesús, la política y las armas. Pasajes evangélicos como materia de reflexión (VIII) (139-08)
Hoy escribe Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
Seguimos exponiendo el punto de vista de Brandon al respecto, muy silenciado en España, salvo pocas excepciones.
5. Jesús se mostró expresamente como un hombre violento. Este hecho aparece indicado en diversos pasajes de los Evangelios.
A. Así el citado texto de Lc 22,35-37, donde Jesús incita a armarse a sus seguidores:
“El que no tenga (espada) que venda el manto y se compre una…; de hecho lo que a mí se refiere toca a su fin”.
Véase también Lc 22,49: en los momentos previos a la traición de Judas, cuando se veía venir el prendimiento, los discípulos preguntan a Jesús:
“¿Señor, atacamos con la espada?”.
Brandon opina que también puede interpretarse en este sentido Mt 10,34:
“No vine (al mundo) a poner paz, sino espada...”.
Igualmente Mt 11,12:
“El reino de Dios padece violencia y los violentos lo toman por la fuerza”,
dicho que aparece también en Lc 16,16.
B. La frase de Jesús “"Si alguien quiere ir tras de mí, niéguese sí mismo y coja su cruz y sígame” (Mc 8,34 y sus paralelos en Mt 10,38 y 16,24) no significa lo que entiende normalmente un piadoso cristiano de hoy día, a saber una incitación al sacrificio, a aceptar las penalidades de la vida en el marco del discipulado de Jesús, en el cual el vocablo “cruz” es entendido metafóricamente. Por el contrario, estas palabras deben entenderse en su significado más real, como la pena que imponían usualmente los romanos a quienes prendieran como sospechoso de rebelión contra el Imperio, los celotas. Jesús afirmaría entonces: “El que desee seguirme debe atenerse a las consecuencias. Si los romanos lo capturan, puede acabar en la cruz”. Ello indicaría que las acciones y dichos de Jesús podrían, al menos en ocasiones, situarse en el ámbito de una acción políticamente peligrosa y violenta desde el punto de vista romano.
El contexto en el que el evangelista Mateo transmite este dicho es interesante, puesto que 10,32 habla de la posibilidad de un juicio –¿ante los romanos? Mateo lo sitúa secundariamente ante el Padre celestial-, en donde se dilucida si uno es o no discípulo de Jesús. La frase que comentamos aparece inmediatamente después del dicho “No he venido a lanzar la paz sobre la tierra; no he venido a lanzar paz, sino espada” (Mt 10,34).
C. Los evangelios muestran que los discípulos de Jesús iban armados. Se prueba por alguna que otra frase suelta que se ha conservado en el Evangelio de Lucas. No debe ningún lector extrañarse de que los Evangelios conservan frases y hechos de Jesús que van contra sus propias ideas. Es un hecho, por otra parte archisabido, y tiene una explicación clara: los evangelistas se deben a la tradición oral, o escrita, que les llega por diversas vías. Intentan a su modo hacer una “biografía de Jesús” por lo que –creo que sin caer en la cuenta plenamente de sus consecuencias- admiten y transmiten material que les llega. No podían editarlo todo.
Importante es también al respecto del uso de las armas por parte de los discípulos el texto de Lc 22,38: “Ellos , los discípulos, dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas»”, junto con el episodio del prendimiento en Getsemaní: “Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?»” (Lc 22,49).
¿Argüiremos que en todos los casos en los que se indica que los discípulos portaban armas se trataba sólo de legítima defensa? Lo veo dudoso. Y si fuera así, ¿contra quién? Se supone que contra las patrullas romanas que circulaban por el territorio israelita. Y si es así, no puede argüirse entonces que el movimiento de Jesús fuera totalmente pacífico o que no fuera visto con malos ojos por los dominadores, que se “desentendía totalmente de la situación política y sólo predicaba una teología espiritual o ética”. Suponían, por tanto, los discípulos de Jesús un posible problema político y de orden público.
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
Seguimos exponiendo el punto de vista de Brandon al respecto, muy silenciado en España, salvo pocas excepciones.
5. Jesús se mostró expresamente como un hombre violento. Este hecho aparece indicado en diversos pasajes de los Evangelios.
A. Así el citado texto de Lc 22,35-37, donde Jesús incita a armarse a sus seguidores:
“El que no tenga (espada) que venda el manto y se compre una…; de hecho lo que a mí se refiere toca a su fin”.
Véase también Lc 22,49: en los momentos previos a la traición de Judas, cuando se veía venir el prendimiento, los discípulos preguntan a Jesús:
“¿Señor, atacamos con la espada?”.
Brandon opina que también puede interpretarse en este sentido Mt 10,34:
“No vine (al mundo) a poner paz, sino espada...”.
Igualmente Mt 11,12:
“El reino de Dios padece violencia y los violentos lo toman por la fuerza”,
dicho que aparece también en Lc 16,16.
B. La frase de Jesús “"Si alguien quiere ir tras de mí, niéguese sí mismo y coja su cruz y sígame” (Mc 8,34 y sus paralelos en Mt 10,38 y 16,24) no significa lo que entiende normalmente un piadoso cristiano de hoy día, a saber una incitación al sacrificio, a aceptar las penalidades de la vida en el marco del discipulado de Jesús, en el cual el vocablo “cruz” es entendido metafóricamente. Por el contrario, estas palabras deben entenderse en su significado más real, como la pena que imponían usualmente los romanos a quienes prendieran como sospechoso de rebelión contra el Imperio, los celotas. Jesús afirmaría entonces: “El que desee seguirme debe atenerse a las consecuencias. Si los romanos lo capturan, puede acabar en la cruz”. Ello indicaría que las acciones y dichos de Jesús podrían, al menos en ocasiones, situarse en el ámbito de una acción políticamente peligrosa y violenta desde el punto de vista romano.
El contexto en el que el evangelista Mateo transmite este dicho es interesante, puesto que 10,32 habla de la posibilidad de un juicio –¿ante los romanos? Mateo lo sitúa secundariamente ante el Padre celestial-, en donde se dilucida si uno es o no discípulo de Jesús. La frase que comentamos aparece inmediatamente después del dicho “No he venido a lanzar la paz sobre la tierra; no he venido a lanzar paz, sino espada” (Mt 10,34).
C. Los evangelios muestran que los discípulos de Jesús iban armados. Se prueba por alguna que otra frase suelta que se ha conservado en el Evangelio de Lucas. No debe ningún lector extrañarse de que los Evangelios conservan frases y hechos de Jesús que van contra sus propias ideas. Es un hecho, por otra parte archisabido, y tiene una explicación clara: los evangelistas se deben a la tradición oral, o escrita, que les llega por diversas vías. Intentan a su modo hacer una “biografía de Jesús” por lo que –creo que sin caer en la cuenta plenamente de sus consecuencias- admiten y transmiten material que les llega. No podían editarlo todo.
Importante es también al respecto del uso de las armas por parte de los discípulos el texto de Lc 22,38: “Ellos , los discípulos, dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas»”, junto con el episodio del prendimiento en Getsemaní: “Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?»” (Lc 22,49).
¿Argüiremos que en todos los casos en los que se indica que los discípulos portaban armas se trataba sólo de legítima defensa? Lo veo dudoso. Y si fuera así, ¿contra quién? Se supone que contra las patrullas romanas que circulaban por el territorio israelita. Y si es así, no puede argüirse entonces que el movimiento de Jesús fuera totalmente pacífico o que no fuera visto con malos ojos por los dominadores, que se “desentendía totalmente de la situación política y sólo predicaba una teología espiritual o ética”. Suponían, por tanto, los discípulos de Jesús un posible problema político y de orden público.
Invitat- Invitat
Re: Jesús, la política y las armas. Pasajes evangélicos como materia de reflexión (VIII) (139-08)
Jesús, la política y las armas. Pasajes evangélicos para la reflexión (VII) (139-07)
Escribe Antonio Piñero
Seguimos con este tema desde la perspectiva de Samuel G. F. Brandon.
4. Jesús tenía entre sus discípulos un celota al menos, Simón el “cananeo” (Véase Mc 3,18: “Instituyó a los Doce, a saber… a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el cananeo”; Mt 10,4: “Simón el cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó”; Lc 6,15: “Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado celota”; Hch 1,13: “Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el celota y Judas de Santiago”), como discípulo íntimo. Es muy improbable que lo hubiera elegido sin comulgar con su ideología.
El apelativo “cananeo” significa “celote/a” (arameo qanna’), no un “individuo que procede de la ciudad de Caná” como se ha pretendido. Según Brandon, el evangelista Marcos, al emplear el vocablo griego kananaios y no zelotés, intenta conscientemente despistar a sus lectores y ocultar que Jesús había escogido para formar parte del selecto grupo de los Doce a un admirador público de la doctrina celota. Lucas, por su parte, o es menos precavido o no le concede tanta importancia porque las circunstancias de sus lectores son otras: en las dos ocasiones señaladas más arriba escribe claramente “Simón, el celota” (griego zelotés).
Julius Wellhausen, de quien saben los lectores que fue un famoso investigador del Antiguo Testamento y también comentarista notable del Evangelio de Marcos (es el famoso autor de la frase “Jesús nunca fue un cristiano, sino un judío…”), había sugerido a principios del siglo XX que (Judas) Iscariote no significaba “hombre de Kerioth”, sino “sicario”. Brandon lo considera posible, pero no hace especial hincapié en este caso. Del mismo modo, menciona también nuestro autor que el nombre arameo de Pedro, Simón Barjonah, ha sido interpretado por diversos investigadores como “Simón, el forajido”, es decir, el celota.
Igualmente el sobrenombre de dos de los discípulos predilectos de Jesús, Santiago el Mayor y Juan, como “Boanerges” o “hijos del trueno” (Mc 3,17), alude sin duda a un espíritu celota, más bien agresivo:
“Envió Jesús mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no lo recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»” (Lc 9,52-54)).
Escribe Antonio Piñero
Seguimos con este tema desde la perspectiva de Samuel G. F. Brandon.
4. Jesús tenía entre sus discípulos un celota al menos, Simón el “cananeo” (Véase Mc 3,18: “Instituyó a los Doce, a saber… a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el cananeo”; Mt 10,4: “Simón el cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó”; Lc 6,15: “Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado celota”; Hch 1,13: “Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el celota y Judas de Santiago”), como discípulo íntimo. Es muy improbable que lo hubiera elegido sin comulgar con su ideología.
El apelativo “cananeo” significa “celote/a” (arameo qanna’), no un “individuo que procede de la ciudad de Caná” como se ha pretendido. Según Brandon, el evangelista Marcos, al emplear el vocablo griego kananaios y no zelotés, intenta conscientemente despistar a sus lectores y ocultar que Jesús había escogido para formar parte del selecto grupo de los Doce a un admirador público de la doctrina celota. Lucas, por su parte, o es menos precavido o no le concede tanta importancia porque las circunstancias de sus lectores son otras: en las dos ocasiones señaladas más arriba escribe claramente “Simón, el celota” (griego zelotés).
Julius Wellhausen, de quien saben los lectores que fue un famoso investigador del Antiguo Testamento y también comentarista notable del Evangelio de Marcos (es el famoso autor de la frase “Jesús nunca fue un cristiano, sino un judío…”), había sugerido a principios del siglo XX que (Judas) Iscariote no significaba “hombre de Kerioth”, sino “sicario”. Brandon lo considera posible, pero no hace especial hincapié en este caso. Del mismo modo, menciona también nuestro autor que el nombre arameo de Pedro, Simón Barjonah, ha sido interpretado por diversos investigadores como “Simón, el forajido”, es decir, el celota.
Igualmente el sobrenombre de dos de los discípulos predilectos de Jesús, Santiago el Mayor y Juan, como “Boanerges” o “hijos del trueno” (Mc 3,17), alude sin duda a un espíritu celota, más bien agresivo:
“Envió Jesús mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no lo recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»” (Lc 9,52-54)).
Invitat- Invitat
Re: Jesús, la política y las armas. Pasajes evangélicos como materia de reflexión (VIII) (139-08)
Jesús, la política y las armas. Pasajes evangélicos que ofrecen materia de reflexión (VI) (139-06)
Escribe Antonio Piñero
La postal de hoy y las siguientes se limitarán a congregar los pasajes que hablan en el Nuevo Testamento de cierto “ruido de sables en los Evangelios y exponerlos según la perspectiva de Samuel G. F. Brandon en su obra Jesus and the Zealots ("Jesús y los celotas")), Manchester University Press, Manchester 1967, obra aún no traducida al castellano, si no me equivoco. Son demasiados para ignorarlos. Requieren, al menos una explicación.
Ofrezco el punto de vista de Brandon, muy ignorado en este país, salvo en las obras de Gonzalo Puente Ojea y José Montserrat. Que cada uno de los lectores reflexione sobre ellos. Son los textos siguientes, que he tomado de mi ensayo “Jesús y la política de su tiempo” que va como segunda parte (¡una fórmula mixta comercial arriesgada!) –como una suerte de estudio histórico- de la novela del mismo nombre que la película, “El discípulo”, de Ediciones B, 2010:
1. La predicación de Jesús del reino de Dios en la tierra de Israel, con sus típicas características de bienes materiales y espirituales que la divinidad habría de conceder en esos tiempos, supone un cambio tal de la situación política y social que no podría conseguirse sin una acción armada, bien fuera milagrosa, de parte de Dios –que enviaría por ejemplo doce legiones de ángeles a expulsar a los malvados (Mt 26,53)-, bien por mano humana pero con la ayuda igualmente de la divinidad. En cualquiera de los casos los romanos –y cualesquiera otros colaboracionistas, ya nacionales como saduceos y ricos prominentes, ya de otras naciones, pero “recalcitrantes” paganos- tenían que ser expulsados de la tierra de Israel, propiedad sólo divina, lo que naturalmente no ocurriría sin violencia.
2. El Evangelio de Lucas -que es menos circunspecto que el de Marcos en algunas cuestiones políticas, ya que escribe más tarde cronológicamente y bajo circunstancias menos preocupantes para las autoridades romanas, atentas a los movimientos judíos de liberación- tiene algunas noticias que dejan traslucir, según Brandon, el carácter guerrero de Jesús. La primera aparece en Lc 22,35-38:
“Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada». Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; porque os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los malhechores”. Porque lo mío toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». El les dijo: «Basta»”.
Brandon interpreta este pasaje, situado por Lucas inmediatamente antes del prendimiento de Jesús -un incidente en el que los discípulos de Jesús van evidentemente armados-, como una suerte de comprobación por parte del Nazareno de que sus seguidores van convenientemente provistos de armas para ese momento crucial. Espera, pues, una acción violenta. La frase “Basta (con dos espadas)” es críptica y misteriosa, quizá debida a la redacción del evangelista.
Una observación de pasada: el pasaje citado rememora otro: el envío de los 72 a predicar a “todas las ciudades y lugares” (¿de Galilea? ¿De Israel entero?) la inmediata venida del reino de Dios y la necesidad de un arrepentimiento adecuado. Jesús los envía sin alforjas y comida. Es evidente que Jesús esperaba una acogida entusiasta, que creía que el cambio político-religioso que significaba el reino de Dios iba a producirse en un futuro, pero enseguida. No habla Jesús de un reino de Dios puramente espiritual, en el interior, en los corazones, de un reino de Dios ad calendas graecas, como hoy se predica, o un reino de Dios que ya había empezado, sino de un reino de Dios que vendrá en el futuro próximo y en la tierra de Israel.
3. Jesús jamás condenó la violencia de los celotas o sus principios. En las dos fuentes más antiguas de la tradición sinóptica (el relato de Marcos y el conjunto de dichos atribuidos a Jesús conocido como Fuente Q) no aparece ninguna condena explícita de la violencia.
Este argumento ha sido minimizado subrayando que se trata de un puro argumentum ex silentio, es decir, sosteniendo que la simple falta de una condena expresa no prueba nada. Pero este silencio de Jesús sobre los celotas y su recurso a la violencia adquiere todo su sentido si se lo compara con la condena dura y sin restricciones de saduceos y fariseos, e incluso con el implícito rechazo por parte de Jesús de los partidarios de Herodes Antipas (Véase Mc 3,5 “ Entonces, mirándoles (a herodianos y fariseos) con ira, apenado por la dureza de su corazón,”; 7,6: “«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.”; 8,15: “El les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.»”; 12,18-27: Los saduceos están en el error).
Por otro lado, esta ausencia de condena se hace también muy notable, destacada, si se piensa que el espíritu de los celotas desempeñó una función muy notable en la vida espiritual de la época de Jesús, de la que él no podía estar ajeno. Por tanto, es posible ver en este silencio el signo de que el Nazareno había mantenido con estos patriotas algunos lazos…, que –según los evangelistas- no era conveniente divulgar…, pues sus lectores son ante todo gentiles, y convenía echar toda la culpa a los judíos y exonerar a las autoridades romanas de los males caídos sobre Jesús.
Escribe Antonio Piñero
La postal de hoy y las siguientes se limitarán a congregar los pasajes que hablan en el Nuevo Testamento de cierto “ruido de sables en los Evangelios y exponerlos según la perspectiva de Samuel G. F. Brandon en su obra Jesus and the Zealots ("Jesús y los celotas")), Manchester University Press, Manchester 1967, obra aún no traducida al castellano, si no me equivoco. Son demasiados para ignorarlos. Requieren, al menos una explicación.
Ofrezco el punto de vista de Brandon, muy ignorado en este país, salvo en las obras de Gonzalo Puente Ojea y José Montserrat. Que cada uno de los lectores reflexione sobre ellos. Son los textos siguientes, que he tomado de mi ensayo “Jesús y la política de su tiempo” que va como segunda parte (¡una fórmula mixta comercial arriesgada!) –como una suerte de estudio histórico- de la novela del mismo nombre que la película, “El discípulo”, de Ediciones B, 2010:
1. La predicación de Jesús del reino de Dios en la tierra de Israel, con sus típicas características de bienes materiales y espirituales que la divinidad habría de conceder en esos tiempos, supone un cambio tal de la situación política y social que no podría conseguirse sin una acción armada, bien fuera milagrosa, de parte de Dios –que enviaría por ejemplo doce legiones de ángeles a expulsar a los malvados (Mt 26,53)-, bien por mano humana pero con la ayuda igualmente de la divinidad. En cualquiera de los casos los romanos –y cualesquiera otros colaboracionistas, ya nacionales como saduceos y ricos prominentes, ya de otras naciones, pero “recalcitrantes” paganos- tenían que ser expulsados de la tierra de Israel, propiedad sólo divina, lo que naturalmente no ocurriría sin violencia.
2. El Evangelio de Lucas -que es menos circunspecto que el de Marcos en algunas cuestiones políticas, ya que escribe más tarde cronológicamente y bajo circunstancias menos preocupantes para las autoridades romanas, atentas a los movimientos judíos de liberación- tiene algunas noticias que dejan traslucir, según Brandon, el carácter guerrero de Jesús. La primera aparece en Lc 22,35-38:
“Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada». Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; porque os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los malhechores”. Porque lo mío toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». El les dijo: «Basta»”.
Brandon interpreta este pasaje, situado por Lucas inmediatamente antes del prendimiento de Jesús -un incidente en el que los discípulos de Jesús van evidentemente armados-, como una suerte de comprobación por parte del Nazareno de que sus seguidores van convenientemente provistos de armas para ese momento crucial. Espera, pues, una acción violenta. La frase “Basta (con dos espadas)” es críptica y misteriosa, quizá debida a la redacción del evangelista.
Una observación de pasada: el pasaje citado rememora otro: el envío de los 72 a predicar a “todas las ciudades y lugares” (¿de Galilea? ¿De Israel entero?) la inmediata venida del reino de Dios y la necesidad de un arrepentimiento adecuado. Jesús los envía sin alforjas y comida. Es evidente que Jesús esperaba una acogida entusiasta, que creía que el cambio político-religioso que significaba el reino de Dios iba a producirse en un futuro, pero enseguida. No habla Jesús de un reino de Dios puramente espiritual, en el interior, en los corazones, de un reino de Dios ad calendas graecas, como hoy se predica, o un reino de Dios que ya había empezado, sino de un reino de Dios que vendrá en el futuro próximo y en la tierra de Israel.
3. Jesús jamás condenó la violencia de los celotas o sus principios. En las dos fuentes más antiguas de la tradición sinóptica (el relato de Marcos y el conjunto de dichos atribuidos a Jesús conocido como Fuente Q) no aparece ninguna condena explícita de la violencia.
Este argumento ha sido minimizado subrayando que se trata de un puro argumentum ex silentio, es decir, sosteniendo que la simple falta de una condena expresa no prueba nada. Pero este silencio de Jesús sobre los celotas y su recurso a la violencia adquiere todo su sentido si se lo compara con la condena dura y sin restricciones de saduceos y fariseos, e incluso con el implícito rechazo por parte de Jesús de los partidarios de Herodes Antipas (Véase Mc 3,5 “ Entonces, mirándoles (a herodianos y fariseos) con ira, apenado por la dureza de su corazón,”; 7,6: “«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.”; 8,15: “El les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.»”; 12,18-27: Los saduceos están en el error).
Por otro lado, esta ausencia de condena se hace también muy notable, destacada, si se piensa que el espíritu de los celotas desempeñó una función muy notable en la vida espiritual de la época de Jesús, de la que él no podía estar ajeno. Por tanto, es posible ver en este silencio el signo de que el Nazareno había mantenido con estos patriotas algunos lazos…, que –según los evangelistas- no era conveniente divulgar…, pues sus lectores son ante todo gentiles, y convenía echar toda la culpa a los judíos y exonerar a las autoridades romanas de los males caídos sobre Jesús.
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