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Missatge  Selene 13/09/10, 11:55 am

La mente es la raíz de todo: creadora de la felicidad y creadora del sufrimiento,
creadora del samsara y creadora del nirvana. En las enseñanzas tibetanas, a la
mente se la llama “el rey responsable de todo” – kun ye gyalpo-, el principio
universal que lo rige todo. Tal como el gran Guru Padmasambhava dijo: “No
intentes cortar la raíz de los fenómenos, corta la raíz de la mente”. Esta es la razón
por la que encuentro tan evocadoras estas palabras de Buda: “Somos lo que
pensamos, y todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. Con nuestros
pensamientos creamos el mundo. Habla o actúa con una mente en paz y la felicidad
será el resultado”. Si tan solo pudiéramos recordar esto y guardar nuestro corazón
y nuestra mente en paz, la felicidad se produciría de verdad. Por lo tanto, todas las
enseñanzas de Buda están enfocadas hacia el entrenamiento de la mente, y
mantener el corazón y la mente en paz.
Esto empieza por la práctica de la meditación. Con ello permitimos que todos
nuestros pensamientos y emociones turbulentas se sosieguen tranquilamente en un
estado de paz natural. Como Ñoshul Khen Rimpoché decía:
Descansa en la gran paz natural, mente exhausta,
golpeada incansablemente por el karma y las ideas neuróticas,
como el furor implacable de las olas
en el infinito océano del samsara.
Descansa en la gran paz natural.
¿Cómo se sosiegan los pensamientos y las emociones? Si dejas un vaso de agua
turbia en reposo, sin tocarlo, la suciedad se posará en el fondo, y la claridad del
agua se hará evidente. Del mismo modo, en la meditación permitimos a nuestras
ideas y emociones sosegarse naturalmente, en un estado de confort natural. Hay
un dicho maravilloso de los grandes maestros del pasado. Recuerdo que cuando lo
oí por primera vez fue como una revelación, porque en estas dos frases se muestra
a la vez lo que es la naturaleza de la mente y como permanecer en ella, lo que
constituye la práctica de la meditación. En tibetano es precioso, casi musical: chu
ma ñok na dang, sem ma chö na de. A grosso modo significa: “El agua, si no la
agitas, se aclara; la mente, cuando no se la altera, encuentra su propia paz
natural”.
Lo increíble a propósito de esta instrucción es el énfasis en la naturalidad y en que
dejemos que la mente simplemente sea, sin alteraciones y sin cambiar nada en
absoluto. Nuestro verdadero problema es la manipulación, la fabricación, y que
pensamos demasiado. Un maestro solía decir que la causa primordial de todos
nuestros problemas mentales es que pensamos demasiado. Como dijo Bu da: “con
nuestros pensamientos creamos el mundo”. Pero si mantenemos nuestra mente en
un estado de pureza y le permitimos reposar, tranquilamente, en su estado natural,
lo que ocurre al practicar es sumamente extraordinario.
La primera práctica en el camino budista de la meditación se llama “shamata”, en
tibetano “shiné”, morar en calma o “meditación de la tranquilidad.” Cuando
empezamos, es una práctica de atención. La práctica de shamata puede ser con un
objeto o soporte o sin él. A veces usamos una imagen de Buda como objeto o, al
igual que sucede en todas las escuelas budistas, observamos la respiración
levemente y con atención. El problema para todos nosotros es que nuestra mente
siempre está distraída. Y cuando está distraída, la mente crea pensamientos sin
cesar. No hay nada en lo que no pueda pensar o hacer. Si nos fijáramos, veríamos
el poco discernimiento que tenemos, y las muchas veces que simplemente dejamos
surgir todo tipo de pensamientos y nos perdemos en ellos. Se ha convertido en la
peor de todas las malas costumbres. No tenemos disciplina, así como tampoco
disponemos de ningún medio para fijarnos en qué tipo de pensamientos nos
ocupan; surja lo que surja, nos dejamos arrastrar por una espiral de historias e
ilusiones que nos tomamos tan en serio que, no tan sólo nos las creemos, sino que
se vuelven parte de nosotros mismos.
Selene
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Missatge  Selene 13/09/10, 11:56 am

or supuesto, no deberíamos reprimir nuestros pensamientos y emociones, pero
tampoco deberíamos complacernos en ellos. Lo que ocurre es que nos hemos
complacido en exceso a la hora de pensar. El resultado son las enfermedades
mentales, e incluso físicas. Muchos médicos tibetanos han notado la preeminencia
en el mundo moderno de desórdenes debidos a desequilibrios del prana o aire
interno, causados por un exceso de agitación, preocupaciones, ansiedad y
pensamientos, que se añaden a la velocidad y a la agresividad que dominan
nuestras vidas. Lo que necesitamos de veras es tan sólo paz. Es por esta razón que
nos damos cuenta que sentarnos, aunque solo sea un momento, inspirar y expirar
dejando a nuestros pensamientos y emociones posarse tranquilamente, puede
constituir un maravilloso descanso.
Cuando nos abandonamos a la distracción y a pensar en exceso sin prestar
atención, cuando nos perdemos en pensamientos e invitamos a los problemas
mentales y a la angustia, el antídoto a aplicar es la atención. La disciplina de la
práctica de shamata es hacer que la mente vuelva una y otra vez a la respiración.
Si estás distraído, en el instante en que te des cuenta, sencillamente vuelve a
centrarte en la respiración. No hay que hacer nada más. Incluso preguntarse: “¿por
qué diablos me he distraído tanto?” es otra distracción. La simplicidad de la
atención, de volver a traer continuamente la mente a la respiración, la calma
progresivamente. Cuando intentas acostar a un niño, lo que le apetece es ponerse
a jugar y, si le haces caso, se excitará cada vez más y nunca querrá irse a la cama.
Tienes que cogerlo en brazos y quedarte un rato con él, tranquilamente atento, y
entonces acabará por calmarse. Con la mente ocurre exactamente lo mismo: no
importa lo agitada que esté, sigue trayéndola de vuelta, una y otra vez, a la
simplicidad de la respiración. Gradualmente, la mente se aquietará en la mente.
Al principio, claro, puede que nos sintamos un tanto extraños, creyendo que al
observar tenemos el acto de respirar, quién respira y la respiración, cada uno por
su lado. Pero lentamente, a medida que perfeccionemos la práctica y que nuestra
mente se aquiete, el acto de respirar, quién respira y la respiración se volverán uno
y, al final, será como si nos hubiéramos convertido en la respiración.
Los maestros siempre aconsejan que al practicar la meditación del “permanecer en
calma”, lo importante es no concentrarse excesivamente. Por esta razón
recomiendan poner tan sólo un 25 % de la atención en la respiración. Pero
entonces, como puedes haber notado, la atención por sí sola no es suficiente.
Mientras que se supone que estás observando tu respiración puede suceder que,
tras unos pocos minutos, te encuentres jugando un partido de fútbol o
protagonizando tu propia película. Por lo tanto, hay que dedicar otro 25% a una
conciencia continua y vigilante que supervisa y comprueba si sigues atento a la
respiración. El otro 50% de tu atención lo dejas permanecer, espaciosamente. Por
supuesto, la exactitud de los porcentajes no es tan importante como el hecho de
que estos tres elementos –atención, conciencia y espaciosidad- estén presentes.
La espaciosidad es realmente maravillosa. A veces, el simple hecho de ser
espacioso basta para sosegar nuestra mente. La espaciosidad capta toda la esencia
de la meditación; también es la generosidad de base de la meditación. En la
práctica de shamata, cuando conseguimos aliar la espaciosidad a la atención puesta
en la respiración, la mente se va calmando progresivamente. Y al calmarse, ocurre
algo extraordinario: todos nuestros aspectos fragmentados vuelven a casa y nos
unificamos. La negatividad y la agresividad, el dolor, el sufrimiento y la frustración
se desvanecen de verdad. Experimentamos una sensación de paz, de espacio y de
libertad y, como resultado de este aquietamiento, surge una profunda tranquilidad.
Selene
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Missatge  Selene 13/09/10, 11:57 am

Según vamos perfeccionando esta práctica y nos unificamos con la respiración, al
cabo de un tiempo, incluso la respiración en sí como objeto de atención en nuestra
práctica, se disuelve y nos encontramos reposando en el momento presente. Este
es el estado de estar centrado en un único punto que constituye el fruto y la
finalidad de shamata. Permanecer en el momento presente y en la tranquilidad es
un excelente logro, pero volvamos al ejemplo del vaso de agua turbia: si la dejas
quieta, la suciedad se irá al fondo y el agua recuperará su nitidez, pero a pesar de
ello, la suciedad seguirá estando ahí, en el fondo. Si un día la remueves de nuevo,
la suciedad se pondrá de manifiesto una vez más. Mientras cultivemos la
tranquilidad, es posible que disfrutemos de paz, pero cada vez que nuestra mente
se agite un poco, los pensamientos engañosos volverán a invadirnos.
Permanecer en el momento presente de shamata no va a permitirnos evolucionar ni
tampoco nos va a conducir a la iluminación o a la liberación. El momento presente
se vuelve un objeto muy sutil y la mente que mora en el momento presente, un
sujeto sutil. Mientras permanezcamos en el terreno del objeto-sujeto, la mente
seguirá en el mundo conceptual ordinario del samsara.
A través de la práctica de permanecer en calma, nuestra mente se ha apaciguado
en un estado de tranquilidad y ha hallado estabilidad. Al igual que la imagen de una
cámara fotográfica se vuelve nítida al enfocarla, la atención centrada en un punto
de shamata, permite que surja una creciente claridad de la mente. Según van
desvaneciéndose gradualmente los oscurecimientos y el ego y su tendencia al
aferramiento empiezan a disolverse, la “visión clara”, o “vislumbre” de vipashyana,
-en tibetano lhak tong- se manifiesta. En ese momento ya no necesitamos el ancla
que supone morar en el momento presente y podemos progresar avanzando, yendo
incluso más allá de nuestro yo, hacia la apertura que representa la sabiduría que
comprende la ausencia de ego. Esto es lo que va a arrancar de cuajo la ilusión y a
liberarnos del samsara.
Examinemos el impacto de esto sobre la forma en que manejamos los
pensamientos y las emociones. Al empezar, sin ninguna seguridad o base, nuestros
pensamientos nos invaden y nos dispersan; es por esta razón que en la práctica de
la atención nos centramos en un objeto: la respiración. Pero sean cuales sean los
pensamientos que surjan, todos surgen de nuestra mente y de ningún otro sitio, de
una forma tan natural como los rayos emanan del sol o como hay olas en el
océano. Al estar ahora, pues, en un estado de permanecer en calma, todo lo que
surge de nosotros –que nunca ha existido al margen de nosotros mismos- va a
encontrarse con una persona diferente. Ya no hay razón para tener miedo de
perder el equilibrio o de distraernos; no tenemos porque seguir obstaculizando lo
que surge, ahora que la apertura de la visión profunda se ha manifestado. Nos
hemos convertido en una roca que hace frente al viento y las tormentas, a
diferencia de la pluma que éramos antes, arrastrada de un lado a otro por la brisa.
Todo lo que tenemos que hacer ahora es mantener nuestra conciencia. Cuando un
pensamiento surja desde el estado de quietud, si simplemente lo reconocemos con
esta conciencia, volverá a disolverse en la naturaleza de la mente. Los
pensamientos y las emociones se vuelven como las olas en el mar, elevándose y
disgregándose de nuevo en su propia inmensidad y nosotros nos volvemos como el
mar mismo, extenso, espacioso y plácido. No nos queda nada más por hacer: tan
sólo mantener esta conciencia.
Por supuesto, para un principiante el riesgo es que aquello que surja le
desestabilice y desencadene sus viejas costumbres. En el momento en que lo que
surge es visto como algo separado, nos hemos perdido y por lo tanto, en este
momento tan crucial antes de que se convierta en un pensamiento, debemos
mantener la conciencia. Necesitamos, pues, ser conscientes de nuestra conciencia,
contar con un recuerdo natural que nos haga volver en cada ocasión y sin el cual
seremos arrastrados.
Lo que estoy describiendo aquí es un proceso que se conoce por quietud,
movimiento y conciencia (ne gyu rig sum), y que adquiere un significado cada vez
mayor a medida que alcanzamos etapas más profundas de comprensión. Según
avanzamos, permitiendo a lo que surge disolverse y liberarse a la luz de nuestra
conciencia, realzaremos y prolongaremos esta quietud, al igual que las olas no
hacen más que realzar la belleza del mar. A través de la conciencia de la visión
clara y la sabiduría que comprende la ausencia de ego, llegamos a la naturaleza de
la mente. Según vayamos progresando, tendremos profundas intuiciones sobre la
naturaleza de la realidad, así como sobre nosotros mismos, ya que, a medida que
la dualidad sujeto-objeto se disuelve, alcanzamos el estado de no-dualidad.
Llegados a este punto, nos encontraremos en un estado de profunda paz. Ñoshul
Khen Rimpoché solía hablar de la Gran Paz Natural –rang shin shiwa chempo- , la
profunda paz de la naturaleza de la mente, la paz de Madyamika, Mahamudra y
Dzogpachempo. Tal como dijo Buda: “el nirvana es la verdadera paz”. Cuando
llegas a la paz de la naturaleza de la mente, descubres la extensa expansión de la
gran apertura. Es como cuando las nubes se dispersan y dejan al descubierto un
cielo abierto infinito; a medida que los pensamientos y las emociones similares a
las nubes se disuelven a través de la práctica de la meditación, lo que queda al
descubierto es la naturaleza de la mente similar al cielo.
Brillando en este cielo se encuentra el sol de nuestra naturaleza búdica, nuestra
bodichita, la esencia de la iluminación. El sol conlleva dos maravillosas cualidades:
el calor y la luz. Su resplandeciente luz se asocia a la sabiduría, y su calor al amor y
la compasión. Si preguntáramos ¿qué es la mente de Buda?, es exactamente eso:
sabiduría y compasión. Y, como las enseñanzas afirman que todos tenemos la
naturaleza búdica, todos somos budas en potencia. Cuando purificamos nuestra
mente, se convierte en sabiduría y cuando purificamos nuestro corazón, éste se
convierte en amor y compasión. Si purificáis vuestros pensamientos, esta
inteligencia pura, que deja de estar oscurecida por la ignorancia, es la sabiduría.
Cuando las emociones han sido purificadas, surgen en forma de compasión.
Por lo tanto, a través de esta práctica podemos llegar a la pureza profunda de la
naturaleza de la mente, esta gran paz de la que Buda habló en el momento de su
iluminación, hace aproximadamente dos mil quinientos años, bajo el árbol de Bodi,
en el lugar que se conoce hoy en día como Bodgaya. Sus primeras palabras fueron:
“Paz profunda, simplicidad natural, luminosidad no compuesta...” Con estas
palabras, solía decir Dilgo Khyentse Rimpoché, Buda proclamó la esencia de su
iluminación, que es el estado de Dzogpachempo, la Gran Perfección.
Esta profunda paz es a lo que intentamos llegar a través de la práctica. De hecho,
“domesticar la mente” se logra por completo al reconocer esta paz. Fíjate como
cuando nos sentimos conmovidos o inspirados por el amor, nos sentimos
totalmente desarmados. Del mismo modo, cuando reconocemos la naturaleza de la
mente a través de esta práctica, nuestros pensamientos y emociones corrientes se
desarman y se disuelven. Entonces un amor y una compasión tremendos irradian
de nosotros mismos, al igual que el sol lo hace con todo su calor.
Selene
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Missatge  Selene 13/09/10, 11:58 am

En cuanto entramos en contacto con la pureza de nuestra naturaleza intrínseca,
nuestra naturaleza búdica, lo que se pone al descubierto es nuestra bondad
fundamental, nuestro buen corazón. Sencillamente, exudamos bondad, compasión
y amor. Y así, no sólo entramos en contacto con nosotros mismos, sino que lo
hacemos enteramente con los demás. Sientes que realmente eres uno con los
demás. Ya no hay barrera alguna que se interponga entre tú y los demás; ni tan
siquiera la barrera que pueda haber entre tu y tu mismo. A menudo las barreras, al
igual que los problemas, provienen de uno mismo, estamos en guerra con nosotros
mismos. Ahora, con esta práctica, a medida que la tenaza del ego se afloja y que
nuestra tendencia a aferrar se evapora, los conflictos, sufrimientos y dolores
propios de la fragmentación y de la lucha con nosotros mismos, se disuelven. Por
primera vez, un perdón profundo y fundamental hacia nosotros mismos se hace
factible.
Al mismo tiempo, las esperanzas, miedos y angustias se evaporan, y con ellos
todos esos sentimientos -como el estar bloqueado y cerrado en banda, el no estar
en contacto ni con nuestros propios sentimientos-, que nos impiden ser felices.
Lo que puede aportarnos esta práctica es increíble. Cada vez que escucho esta
enseñanza de Buda, transmitida por los grandes maestros, y siento su autenticidad
resonando en mi propio corazón, por la poca práctica que conozco, siento su
enorme bendición. Lo más extraordinario es que realmente podemos experimentar
la verdad de esta enseñanza. No es algo que se base tan sólo en creencias o en la
fe, sino algo que puedes saborear y comprender por ti mismo.
¿Qué ocurrirá cuando lo experimentes? Sentirás la enorme compasión y el amor de
los budas y una irresistible gratitud hacia ellos. Y lo que desearás por encima de
todo, será compartirlo y ayudar a todos los seres a liberarse del sufrimiento y a
adquirir la felicidad última, esta gran paz natural, la paz de Buda. Así que cada vez
que experimentes esta clase de paz –aunque sólo sea un poco- en tu meditación,
reza desde lo más profundo de tu corazón, como en la práctica de la bodichita, en
los preliminares del Dzogchen Longchen Ñingtik:
“Hipnotizados por la inmensa variedad de percepciones
que son como el reflejo ilusorio de la luna en el agua,
Los seres vagan sin cesar perdidos en el círculo vicioso del samsara.
Para que puedan encontrar consuelo y bienestar en la luminosidad y el espacio que
todo lo abarca de la verdadera naturaleza de sus mentes,
Engendro el amor, la compasión, la alegría y la ecuanimidad inconmensurables de
la mente iluminada, la esencia de la bodichita.”
Tu deseo es que todos los seres encuentren paz y felicidad, en la verdadera
naturaleza de su mente. Tengo la impresión de que en este siglo XXI, lo que mucha
gente está buscando es la verdad que reside en ellos mismos. Todo el mundo
parece preguntarse: “¿Quién soy?” y aspira fervientemente a comprender la
autenticidad de su propio ser, más allá del yo egótico. Mediante esta práctica,
puedes llegar a experimentar tu verdadera naturaleza y, cuando la experimentes,
tu mayor deseo será que los demás hallen también esta clase de comprensión al
saber que, además de mostrarnos quienes somos realmente, esta comprensión nos
libera de nosotros mismos.
Selene
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Missatge  Selene 13/09/10, 11:59 am

Me parece importantísimo que contemos con una práctica como ésta. Todos
deseamos paz. Todos ansiamos sentirnos bien, ser un buen ser humano, tener un
corazón cálido y ser buenos, pero a menudo no sabemos cómo. Hay demasiadas
cosas poblando nuestra mente y nuestro corazón parece estar siempre bloqueado.
No somos libres, y en medio de toda esta confusión, sufrimiento y dolor, perdemos
fácilmente las esperanzas y nos sumimos en la desesperación. Sin embargo, el
hecho de oír la sabiduría y la compasión presentes en esta enseñanza y saber que
empiezan a abrir el ojo de nuestra sabiduría y nuestro corazón y nuestra mente a
nuestra verdadera naturaleza y a la verdadera naturaleza de todo, puede llenarnos
de alegría, de inspiración y de esperanza.
Mediante la práctica, puede ser que experimentemos un poco de esta paz mental,
pero no podemos permanecer indefinidamente en este estado. Volvemos a caer en
nuestra forma cotidiana de funcionar y nuestros esquemas mentales, que estaban
esperando poder reaparecer. Es ahora cuando debemos estar más atentos que
nunca y recordar constantemente que esta mente es como un cristal claro y puro.
Al igual que un cristal adquiere el color de cualquier superficie donde se ponga, la
mente se transforma exactamente en lo que permitimos que la ocupe en cada
momento. La mente en sí misma está más allá de elección, más allá de la dualidad
entre bueno y malo. Como dijo Buda: “con nuestros pensamientos creamos el
mundo” y somos los creadores de este mundo que disfrutamos o sufrimos, un
mundo de fenómenos kármicos modelado por nuestros pensamientos y actos.
No obstante, una vez que hayas probado un poco de esta paz y adquirido esta
visión, tendrás ganas de hacerte la promesa de no volver atrás nunca más. En la
práctica budista de la confesión, que consiste en reconocer y purificar la
negatividad y los errores, se habla de “cuatro poderes”: el poder de la presencia,
que hace alusión a la presencia de los Budas; el poder del arrepentimiento, que
consiste en el sentimiento de arrepentimiento con respecto a los errores que
hayamos cometido; el poder de la resolución que consiste en decidir no volver a
hacerlo nunca más; y el poder del método, que es la práctica – sea la que sea –
que efectuamos para purificar el daño hecho.
De hecho en la práctica dzogchen confesamos el daño en la Darmadatu, el espacio
que todo lo abarca de la naturaleza de la mente. Purificamos todos nuestros
pensamientos negativos en la pureza de nuestra naturaleza inherente, y toda su
oscuridad es purificada por esta luz. Al confesar, tomamos la firme resolución de no
volver a caer en la oscuridad de lo negativo y de mantener nuestro corazón y
nuestra mente puros. Porque ahora entendemos más que nunca que “somos lo que
pensamos. Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. Con nuestros
pensamientos creamos el mundo. Habla o actúa con una mente impura y los
problemas serán el resultado... Habla o actúa con una mente pura y la felicidad
será el resultado...”
En todo caso, cuando mediante la meditación alcanzas el estado de bondad de la
naturaleza de la mente, lo que quiera que digas será bondad, lo que quiera que
veas será bondad, lo que quiera que toques será bondad, porque tú serás bondad.
Serás naturalmente puro y ello no puede más que manifestarse a través de todo lo
que hagas, pienses o digas. Cuando pienso en Jamyang Khyentse Chöki Lodrö,
Dudjom Rimpoché, Dilgo Khyentse Rimpoché y todos los grandes maestros, me
pregunto cómo podían ser constantemente como son. ¿Cómo es posible que hagan
lo que hagan suponga un beneficio para los seres? La respuesta es: porque se
encuentran permanentemente en el estado de bondad. Por eso nos inspiran y nos
llenan de esperanza. Cuando la gente corriente como nosotros ve a Su Santidad el
Dalai Lama, se despierta en nosotros la esperanza en la humanidad, y ver que
existe semejante ser humano, aporta la comprensión de que nosotros también
podemos convertirnos en un buen ser humano como él. Los grandes practicantes,
mujeres o hombres, encarnan este mismo tipo de bondad y hagan lo que hagan
resulta benéfico, porque siempre están en este estado, gracias a la disciplina que
consiste en mantener la pureza de la mente. No se pervierten bajo ningún
concepto, permanecen siempre puros y actúan motivados por esta bondad en la
que permanecen sólidamente anclados.
Lo cierto es que a veces nos sentimos en contacto con nosotros mismos, con los
demás, con el universo, y tenemos verdaderamente la oportunidad de
experimentar una profunda paz interior. Cualquiera que haya tenido la suerte de
vivir un poco esta paz interior, debería de tomar la firme resolución de mantenerla,
no sólo por su propio bien, sino por el del mundo. Cuando te encuentras en este
estado, lo extraordinario es que, aunque no hagas gran cosa, tu ser por sí mismo
puede beneficiar a los demás, sin siquiera pretenderlo, en tanto que mantengas
esta bondad y pureza en tu mente y tu corazón, en tu motivación y en tu
existencia. Y si queremos infundir una fuerza especial a nuestros actos, podemos
invocar la bendición de todos los budas y maestros. Se dice que una de las
cualidades de los budas es que en cuanto los invocamos, están ahí. A lo mejor
piensas: “¿Cómo puede alguien como yo merecer que los budas le dediquen un
poco de su tiempo?”. El mismísimo Buda dijo: “Quienquiera que piense en mí, me
tiene enfrente.” Y Guru Padmasambhava prometió: “Nunca estoy lejos de los que
sienten devoción por mí, pero tampoco estoy lejos de los que no la sienten”. Tal es
la compasión de los budas.
Buenos o malos en apariencia, todos podemos recibir sus bendiciones. Seamos lo
que seamos, sólo es temporal; todas nuestras ilusiones pueden purificarse porque
nuestra naturaleza fundamental es buena. Puede que las nubes oscurezcan el cielo,
pero basta con ir más allá de ellas para darnos cuenta de que hay un cielo infinito
que nunca ha sido tocado por esas nubes. El ejemplo que se usa habitualmente en
el dzogchen es el del espejo: nuestra verdadera naturaleza es como un espejo,
refleja todo tipo de cosas, pero lo bonito es que lo reflejado jamás podrá ensuciar el
espejo. Así que, sea cual sea nuestra apariencia, nuestra verdadera naturaleza es
pura e impoluta. Cuando se dice que todos tenemos la naturaleza de Buda, de
hecho es cierto. Se dice que ni tan siquiera los budas pueden mejorar la naturaleza
de Buda; y que nosotros, los seres humanos, con toda nuestra confusión y
negatividad, no podemos empeorarla. Esto significa que es intocable, inmutable, no
creada. Es en verdad nuestra auténtica naturaleza, algo que nunca puede ser
manchado o menguado. Es una bondad inalterable.
Selene
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