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Fem un viatge per la intel.ligència emocional?

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Missatge  Invitat 10/07/10, 03:13 pm



El talento de Roger representa una de las cuatro habilidades identificadas por Hatch y Gardner como los elementos que componen la inteligencia emocional:

•Organización de grupos. La habilidad esencial de un líder consiste en movilizar y coordinar los esfuerzos de un grupo de personas. Ésta es la capacidad que podemos advertir en los directores y productores de teatro, en los oficiales del ejército y en los dirigentes eficaces de todo tipo de organizaciones y grupos. En el patio de recreo se trata del niño que decide a qué jugarán, el niño que termina convirtiéndose en el capitán del equipo.

•Negociar soluciones. El talento del mediador consiste en impedir la aparición de conflictos o en solucionar aquéllos que se declaren. Las personas que presentan esta habilidad suelen descollar en el mundo de los negocios, en el arbitrio y la mediación de conflictos y también pueden hacer carrera en el cuerpo diplomático, en el mundo del derecho, como intermediarios o como consejeros de empresa. Son los niños, en nuestro caso, que resuelven las disputas que se presentan en el patio de recreo.

•Conexiones personales. Esta es la habilidad que acabamos de reseñar en Roger, una habilidad que se asienta en la empatía, favorece el contacto con los demás, facilita el reconocimiento y el respeto por sus sentimientos y sus intereses y permite, en suma, el dominio del sutil arte de las relaciones. Estas personas saben «trabajar en equipo» y suelen ser consortes responsables y buenos amigos o compañeros de trabajo; en el mundo de los negocios son buenos vendedores o ejecutivos y también pueden ser excelentes maestros. Los niños como Roger suelen llevarse bien con casi todo el mundo, no tienen dificultades para jugar con otros niños y disfrutan haciéndolo. Estos niños tienden a ser muy buenos leyendo las emociones de las expresiones faciales y también son muy queridos por sus compañeros.

•Análisis social. Esta habilidad consiste en ser capaces de detectar e intuir los sentimientos, los motivos y los intereses de las personas, un conocimiento que suele fomentar el establecimiento de relaciones con los demás y su profundización. En el mejor de los casos, esta capacidad les convierte en competentes terapeutas o consejeros psicológicos y, en el caso de combinarse con el talento literario, produce novelistas y dramaturgos muy dotados.

El conjunto de todas estas habilidades constituye la materia prima de la inteligencia interpersonal, el ingrediente fundamental del encanto, del éxito social e incluso del carisma. Las personas socialmente inteligentes pueden conectar fácilmente con los demás, son diestros en leer sus reacciones y sus sentimientos y también pueden conducir, organizar y resolver los conflictos que aparecen en cualquier interacción humana. Ellos son los líderes naturales, las personas que saben expresar los sentimientos colectivos latentes y articularlos para guiar al grupo hacia sus objetivos. Son el tipo de personas con quienes a los demás les gusta estar porque son emocionalmente nutricios, dejan a los demás de buen humor y despiertan el comentario de que «es un placer estar con alguien así».

Estas habilidades interpersonales propician el desarrollo de otras facetas de la inteligencia emocional. Las personas que causan una excelente impresión social, por ejemplo, son expertas en controlar la expresión de sus emociones, son especialmente diestras en captar la forma en que reaccionan los demás y son capaces de mantenerse continuamente en contacto con su actividad social y de ajustarla para conseguir el efecto deseado. En este sentido, son actores especialmente habilidosos.

No obstante, si estas habilidades interpersonales no tienen el adecuado contrapeso de una clara sensación de los propios sentimientos y necesidades y del modo de satisfacerlas, pueden terminar abocando a un éxito social hueco, a una popularidad, en fin, conseguida pasando por encima de uno mismo. Esta es, al menos, la hipótesis sostenida por Mark Snyder, un psicólogo de la Universidad de Minnesota que ha estudiado a las personas cuyas habilidades sociales las convierten en verdaderos camaleones sociales, campeones en causar buena impresión, el tipo de persona cuyo credo psicológico podría resumirse en aquella cita de W.H. Auden, en la que decía que la imagen que tenía de si mismo «es muy distinta de la imagen que trato de crear en la mente de los demás para que puedan quererme». Esta especie de mercantilismo emocional suele ocurrir cuando las habilidades sociales sobrepasan a la capacidad de conocer y admitir los propios sentimientos ya que, para ser querido —o, por lo menos, para gustar—, el camaleón social parece transformarse en lo que quieren aquéllos con quienes está. En opinión de Snyder, el rasgo distintivo de quienes caen en esta pauta es que causan una impresión excelente pero mantienen relaciones muy inestables y muy poco gratificantes. La pauta realmente saludable consiste, por el contrario, en utilizar las habilidades sociales equilibradamente sin olvidarse de uno mismo.



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Missatge  Invitat 11/07/10, 11:47 pm

Pero los camaleones sociales no dudan lo más mínimo en decir una cosa y hacer otra diferente, malviviendo así con la contradicción entre su rostro público y su realidad privada, si ello les reporta un mínimo de aprobación social. La psicoanalista Helena Deutsch llamaba a esas personas «personalidades como si», personalidades que manifiestan una extraordinaria plasticidad para adaptarse a las señales que reciben de quienes les rodean. «En la mayor parte de los casos —me dijo Snyder— la persona pública y la persona privada se entremezclan adecuadamente, pero en otros casos, sin embargo, parecen constituir una especie de calidoscopio de apariencias sumamente tornadizas. Son como Zelig, el personaje de Woody Alíen que trataba desesperadamente de camuflarse en función de las personas con quienes se encontraba».

Estas personas, en lugar de decir lo que verdaderamente sienten, tratan antes de buscar pistas sobre lo que los demás quieren de ellos. Para llevarse bien y ser queridos por los demás, están dispuestos a ser exageradamente amables hasta con las personas que les desagradan, y suelen utilizar sus habilidades sociales para actuar en función de lo que exijan las diferentes situaciones sociales, de modo que pueden representar personajes muy distintos en función de las personas con quienes se encuentran, cambiando de la sociabilidad más efusiva, pongamos por caso, a la circunspección más reservada. A decir verdad, estos rasgos son muy apreciados en ciertas profesiones que requieren un control eficaz de la impresión que se causa, como ocurre en el mundo del teatro, el derecho, las ventas, la diplomacia y la política.

Existe, no obstante, otro tipo de control de las emociones más decisivo, que permite diferenciar entre los camaleones sociales carentes de centro de gravedad que tratan de impresionar a todo el mundo y aquellos otros que utilizan su destreza social más en consonancia con sus verdaderos sentimientos. Estamos hablando de la integridad, de la capacidad que nos permite actuar según nuestros sentimientos y valores más profundos sin importar las consecuencias sociales, una actitud emocional que puede conducir a provocar una confrontación deliberada para trascender la falsedad y la negación, una forma de clarificación que los camaleones sociales jamás podrán llevar a cabo.

LA GÉNESIS DE LA INCOMPETENCIA SOCIAL

No cabía la menor duda de que Cecil era brillante; era un universitario experto en varios idiomas extranjeros y un soberbio traductor pero, en lo que respecta a las habilidades sociales más sencillas, se mostraba completamente inútil. No sabía ni siquiera tener una conversación intrascendente sobre el tiempo, y parecía absolutamente incapaz de la más rutinaria interacción social. Su falta de talento social resultaba más patente cuando se hallaba con una mujer. Es por ello por lo que se preguntó si todo aquello no se debería a algún tipo de «tendencias homosexuales latentes» —a pesar de no tener ningún tipo de fantasías en ese sentido— y se decidió a emprender una terapia.

Como confió a su terapeuta, el problema real radicaba en su temor a que nada de lo que pudiera decir interesara a nadie. Pero aquel miedo se asentaba en una profunda carencia de habilidades sociales. Su nerviosismo durante los encuentros le llevaba a reír en los momentos más inoportunos aunque no lo conseguía, sin embargo, por más que lo intentara, cuando alguien decía algo realmente divertido. Y esta inadecuación se remontaba a la infancia porque durante toda su vida sólo se había sentido socialmente cómodo cuando estaba con su hermano mayor quien, de algún modo, le facilitaba las cosas, pero apenas salía de casa, su incompetencia era abrumadora y se sentía completamente inútil.

Lakin Phillips, un psicólogo de la Universidad George Washington, concluyó que las dificultades de Cecil se originaban en su fracaso infantil para aprender las lecciones más elementales de la interacción social:

¿Qué podría habérsele enseñado a Cecil? Hablar directamente a los demás, entablar contacto, no esperar siempre que ellos dieran el primer paso, mantener una conversación más allá de los «síes», los «noes» o los meros monosílabos, expresar gratitud, ceder el paso a los demás antes de cruzar una puerta, esperar a servirse hasta que el otro se hubiera servido, dar las gracias, pedir «por favor», compartir y el resto de habilidades sociales que comenzamos a enseñar a los niños a partir de los dos años de edad.
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Missatge  Invitat 11/07/10, 11:50 pm



No queda claro si la deficiencia de Cecil se debe al fracaso de los demás en enseñarle estos rudimentos de civismo o a su propia incapacidad para aprenderlos. Pero sea cual fuere su origen, la historia de Cecil resulta instructiva porque subraya la naturaleza esencial de las múltiples lecciones que el niño aprende en la interacción sincrónica y en las reglas no escritas de la armonía social.

Y la consecuencia de un fracaso en el aprendizaje de estas reglas llega a incomodar a quienes nos rodean. Es evidente que la función de estas reglas consiste en favorecer el intercambio social y que la inadecuación genera ansiedad. Así pues, las personas que carecen de estas habilidades no sólo son ineptas para las sutilezas de la vida social sino que también tienen dificultades para manejar las emociones de la gente que les rodea e inevitablemente terminan generando perturbaciones a su alrededor.

Todos conocemos a personas como Cecil, personas con una enojosa falta de desenvoltura social, personas que no parecen saber cuándo poner fin a una conversación o a una llamada telefónica y que siguen hablando sin darse cuenta de todos los indicadores de despedida, personas cuya conversación gira exclusivamente en torno a si mismos, personas que no muestran el menor interés en los demás y que ignoran todo intento de cambiar de tema, entrometidos que siempre parecen tener a punto alguna pregunta «indiscreta». Y todas estas desviaciones de la trayectoria social afable denotan una clara ignorancia de los rudimentos de la interacción social.

Los psicólogos han acuñado el término disemia (del griego dys, que significa «dificultad» y semes, que significa «señal») para referirse a la incapacidad para captar los mensajes no verbales, un punto en el que un niño de cada diez suele tener problemas. Este problema puede radicar en ignorar la existencia de un espacio personal (y permanecer, en consecuencia, demasiado cerca de las personas con quienes está hablando e invadir su territorio), en interpretar o utilizar pobremente el lenguaje corporal, en interpretar o utilizar inadecuadamente la expresividad facial (por ejemplo, no mirar a quien se habla) o una prosodia (la cualidad emocional del habla) ciertamente deficiente que les lleva a hablar en un tono demasiado estridente o demasiado monótono. En este sentido se ha investigado mucho sobre niños que muestran signos de deficiencia social, niños cuya inadecuación les hace ser menospreciados o rechazados por sus compañeros.

Si dejamos de lado a los fanfarrones, los niños suelen evitar a aquéllos otros que ignoran los rudimentos de la interacción cara a cara, especialmente de las reglas implícitas que gobiernan el encuentro interpersonal. Si un niño tiene dificultades en el lenguaje, las personas asumen que no es muy brillante o que está poco educado, pero si tiene dificultades en lo que respecta a las reglas no verbales de la interacción, se les suele considerar —especialmente sus compañeros— como «niños raros», niños a los que hay que evitar. Estos son los niños que no saben jugar, que incomodan a los demás, que están, en suma, «fuera de juego».

Son niños que no han llegado a dominar el lenguaje silencioso de las emociones y que inconscientemente emiten mensajes que causan incomodidad.

Como dijo Stephen Nowicky, un psicólogo de la Universidad Emory que se ha dedicado al estudio de las habilidades no verbales de los niños, «los niños que no pueden expresar sus emociones o leer adecuadamente las de los demás se sienten continuamente frustrados. Son niños que no comprenden lo que está ocurriendo porque no llegan a acceder al subtexto constante que encuadra todo tipo de comunicación. Recordemos que es imposible dejar de mostrar nuestra expresión facial o nuestra postura, y que tampoco hay modo de ocultar nuestro tono de voz. Si usted comete errores en los mensajes emocionales que emite de continuo, sentirá que las personas reaccionan de manera extraña y se sentirá desairado sin saber por qué. Si usted cree que está expresando felicidad pero, en cambio, lo que muestra es enojo, descubrirá que los demás están enojados y no comprenderá el motivo.

«Estos niños terminan careciendo de toda sensación de control sobre la forma en que les tratan los demás y sobre la forma en que sus acciones afectan a quienes les rodean, una situación que les hace sentirse incapaces, deprimidos y apáticos».



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Missatge  Invitat 13/07/10, 07:17 pm

Pero además de convertirse en individuos socialmente aislados, estos niños también suelen tener problemas académicos. El aula es simultáneamente una situación social y una situación académica, de modo que es muy probable que el niño socialmente incompetente comprenda y responda tan inadecuadamente a un maestro como a otro niño. Y la ansiedad y confusión resultantes pueden, a su vez, entorpecer la capacidad de aprendizaje. De hecho, los tests de sensibilidad no verbal infantil han demostrado que el rendimiento académico de los niños que no tienen en cuenta los indicadores emocionales es inferior al que seria de esperar en función de su Cl.’

«TE ODIAMOS»: EL MOMENTO CRITICO

Uno de los momentos en los que la ineptitud social resulta más dolorosa y explícita es cuando el niño trata de acercarse a un grupo de niños para jugar. Y se trata de un momento especialmente crítico porque entonces es cuando se hace patente públicamente el hecho de ser querido o de no serlo, de ser aceptado o no. Es por este motivo por lo que los estudiosos del desarrollo infantil se han ocupado de investigar estos momentos cruciales y han llegado a la conclusión de que existe un marcado contraste entre las estrategias de aproximación utilizadas por los niños populares y las que usan quienes podríamos llamar proscritos sociales. Los descubrimientos realizados en este sentido destacan la importancia extraordinaria de las habilidades sociales para registrar, interpretar y responder a los datos emocional e interpersonalmente relevantes. Es conmovedor ver a un niño dar vueltas en torno a un grupo de niños que están jugando y descubrir que no se lo permiten. Como demostró un estudio realizado con niños de segundo y tercer grado, el 26% de las veces, hasta los niños más populares y queridos son rechazados cuando tratan de aproximarse a jugar con otros niños.

Los niños pequeños son cruelmente sinceros en los juicios emocionales implícitos en tales rechazos. Veamos, por ejemplo, el siguiente diálogo que tuvo lugar en una guardería entre niños de cuatro años de edad.’

Linda queda jugar con Barbara, Nancy y Bill que estaban jugando con animales de juguete y bloques de construcción. Durante un minuto estuvo observando lo que ocurría y luego se aproximó a Barbara y comenzó a jugar con los animales.

Barbara entonces se dirigió a ella diciéndole.

—¡No puedes jugar!

—¡Sí que puedo! —replicó Linda— ¡Yo también puedo jugar!

—¡No, no puedes! —respondió Barbara, con brusquedad— ¡Hoy no te queremos!

Entonces Bill protestó en nombre de Linda, pero Nancy se unió al ataque agregando:

—¡Hoy te odiamos!

Es precisamente el riesgo de sentirse odiado, implícita o explícitamente, el que hace que los niños sean especialmente cautos a la hora de aproximarse a un grupo. Y es muy probable que esta ansiedad no sea muy distinta de la que siente el adolescente que se encuentra aislado en medio de una charla que sostienen en una fiesta quienes parecen ser amigos íntimos. Y también es por esto por lo que este momento resulta, como dijo un investigador, «sumamente diagnóstico [...] porque revela claramente las diferencias en las habilidades sociales». Lo normal es que los recién llegados comiencen observando lo que ocurre durante un tiempo y que luego pongan en marcha sus estrategias de aproximación, mostrando su asertividad de manera muy discreta. Lo más importante a la hora de determinar si un niño será aceptado o no es su capacidad para comprender el marco de referencia del grupo y para saber qué cosas son aceptables y cuáles se hallan fuera de lugar.
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Missatge  Invitat 13/07/10, 07:23 pm




Los dos pecados capitales que suelen despertar el rechazo de los demás son el intento de asumir el mando demasiado pronto y no sintonizar con el marco de referencia. Pero esto es precisamente lo que tienden a hacer los niños impopulares, tratar de cambiar de tema demasiado bruscamente o demasiado pronto, o dar sus opiniones y estar en desacuerdo inmediato con los demás, intentos manifiestos, todos ellos, de llamar la atención y que, paradójicamente, les lleva a ser ignorados o rechazados. En contraste, los niños populares, antes de aproximarse a un grupo suelen dedicarse a observarlo para comprender lo que está ocurriendo y luego hacen algo para ratificar su aceptación, esperando a confirmar su estatus en el grupo antes de tomar la iniciativa de sugerir lo que todos deberían hacer.

Volvamos ahora a Roger, el niño de cuatro años a quien Thomas Hatch ponía como ejemplo de niño con un elevado grado de inteligencia interpersonal. La táctica que Roger utilizaba para aproximarse a un grupo era la de comenzar observando, luego imitaba lo que otro niño estaba haciendo y finalmente hablaba y se ponía a jugar con él, una estrategia ciertamente ganadora. La habilidad de Roger era evidente: por ejemplo, cuando él y Warren estaban jugando a lanzar «bombas» (en realidad, piedras) desde sus calcetines. Warren le preguntó a Roger si quería estar en un helicóptero o en un avión y antes de responder. Roger inquirió: « ¿A ti qué te gusta más?» Esta interacción aparentemente inocua revela una gran sensibilidad ante los intereses de los demás y una gran capacidad para utilizar este conocimiento para mantener el contacto con ellos.

Hatch comentó con respecto a Roger: «tuvo en cuenta los deseos de su compañero para no perder la conexión con él. He visto a muchos niños que simplemente cogen su helicóptero o su avión y que, literal y figurativamente hablando, se alejan volando de los demás».

EL RESPLANDOR EMOCIONAL: INFORME DE UN CASO

Si la capacidad de sosegar la inquietud de los demás es una prueba de la destreza social, el hecho de hacerlo en pleno ataque de rabia constituye una auténtica demostración de maestría. Los datos sobre autorregulación de la angustia y contagio emocional sugieren que una estrategia eficaz puede ser la de distraer a la persona airada, empatizar con sus sentimientos y con su perspectiva y luego dirigir su atención a un foco alternativo, uno que le conecte con un campo de sentimientos más positivos, algo que bien pudiera calificarse como una especie de judo emocional.

El mejor ejemplo que recuerdo de esta habilidad sutil en el arte de la influencia emocional me lo contó mi difunto amigo Terry Dobson quien, en la década de los cincuenta, fue uno de los primeros norteamericanos que viajó a Japón a estudiar aikido.

Una noche mi amigo volvía a casa en el metro de Tokio cuando entró en el vagón un enorme, belicoso, ebrio y sucio trabajador. El hombre, tambaleándose, comenzó a asustar a los pasajeros gritando todo tipo de imprecaciones y empujó a una mujer que llevaba consigo un bebé, lanzándola hacia donde se encontraba una anciana pareja, que entonces se levantó de golpe y huyó precipitadamente al otro extremo del vagón. El borracho dio unos cuantos golpes más y. en su rabia, cogió la barra de metal que se hallaba en medio del vagón y. con un rugido, trató de arrancarla.

En aquel momento Terry. que se hallaba en plenas condiciones físicas debido a su entrenamiento diario de ocho horas de aíkido, se sintió llamado a intervenir antes de que alguien quedara seriamente dañado. Entonces recordó las palabras de su maestro: «el aikido es el arte de la reconciliación y quien lo considere como una lucha romperá su conexión con el universo. En el mismo momento en que tratas de dominar a los demás estás derrotado. Nosotros estudiamos la forma de resolver los conflictos, no de iniciarlos».

Ciertamente, cuando Terry emprendió su aprendizaje se comprometió con su maestro a no iniciar nunca una pelea y a utilizar este arte marcial sólo como una forma de defensa. Ahora acababa de descubrir una oportunidad para poner a prueba su práctica del aikido en la vida real, en lo que era un caso claro de legítima defensa. Es por ello que, mientras los demás pasajeros permanecían paralizados en sus asientos, Terry se levantó lenta y deliberadamente.

Al verle, el borracho bramó:

—¡Ah, un extranjero! ¡Lo que tú necesitas es una lección sobre modales japoneses!— y se dispuso a lanzarse sobre Terry.

Pero cuando estaba a punto de hacerlo alguien gritó en voz muy alta y divertida:

—¡Eh!

El grito mostraba el tono jovial de alguien que había reconocido súbitamente a un querido amigo. El borracho, sorprendido, se dio la vuelta y vio a un diminuto japonés de unos setenta años ataviado con un kimono que permanecía sentado. El anciano sonrió con alegría al borracho y le saludó con un leve movimiento de la mano y un animoso:

—¡Venga aquí!



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Missatge  Invitat 15/07/10, 03:53 pm

El borracho se acerco dando zancadas a él preguntando, con un agresivo:

—¿Y por qué diablos debería hablar contigo?

Mientras tanto, Terry estaba dispuesto a reducir al borracho apenas hiciera el menor movimiento violento.

—¿Qué has estado bebiendo? —preguntó el anciano con sus ojos chispeantes.

—He bebido sake y ése no es asunto tuyo —vociferó el borracho.

—¡Oh, muy bien, muy bien! —replicó el anciano— ¿Sabes? A mi también me gusta el sake. Cada noche, mi esposa y yo (ella tiene setenta y seis años) nos bebemos una botella pequeña de sake en el jardín, donde nos sentamos en un viejo banco de madera...

Y luego siguió hablando de un caqui que había en su jardín y de las excelencias de beber sake en mitad de la noche.

A medida que iba escuchando al anciano, el rostro del borracho comenzó a dulcificarse y sus puños se relajaron:

—Sí... a mí también me gusta el caqui... —dijo con la voz apagada.

—Sí —replicó el anciano enérgicamente—. Y estoy seguro de que tienes una esposa maravillosa.

—¡No! —respondió el obrero—. Mi esposa murió...

Yentonces, sollozando, se lanzó a contar el triste relato de la pérdida de su esposa, de su hogar y de su trabajo, y se mostró avergonzado de sí mismo.

Cuando el metro llegó a su parada y Terry estaba saliendo del vagón alcanzó a escuchar cómo el anciano invitaba al borracho a ir a su casa para contarle más detalladamente todo aquello y aún pudo vislumbrar cómo se arrellanaba en el asiento y apoyaba su cabeza en el regazo del anciano.

Esto es resplandor emocional.


PARTE III : INTELIGENCIA EMOCIONAL APLICADA
Capitulo 9


ENEMIGO INTIMO

Daniel Goleman

9. ENEMIGOS ÍNTIMOS

En cierta ocasión Sigmund Freud le dijo a su discípulo Erik Erikson que la capacidad de amar y de trabajar constituyen los indicadores que jalonan el logro de la plena madurez. Pero, de ser cierta esta afirmación, el bajo porcentaje de [b]matrimonios
y el alto número de divorcios del mundo actual convertiría a la madurez en una etapa de la vida en peligro de extinción que requeriría, hoy más que nunca, del concurso de la inteligencia emocional.

Si tenemos en cuenta los datos estadísticos relativos al número de divorcios, comprobaremos que la media anual se mantiene más o menos estable pero si, en cambio, calculamos la probabilidad de que una pareja recién casada acabe divorciándose, nos veremos obligados a reconocer que, en este sentido, se ha producido una peligrosa escalada. Así pues, si bien la proporción total de divorcios entre los recién casados permanece estable, el índice de riesgo de separación, no obstante, ha aumentado considerablemente
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Missatge  Invitat 15/07/10, 04:07 pm



Y este cambio resulta más patente cuando se comparan los porcentajes de divorcio de quienes han contraído matrimonio en un determinado año. Por ejemplo, el porcentaje de divorcio de quienes se casaron el año 1 890 en los Estados Unidos era del orden del 10%, una cifra que alcanzó el 18% en los matrimonios celebrados en 1920 y el 30% en 1950. Las parejas que iniciaron su relación matrimonial en 1970 tenían el 50% de probabilidades de separarse o de seguir juntas ¡mientras que, en 1990, esta probabilidad había alcanzado el 67%! Si esta estimación es válida, sólo tres de cada diez personas recién casadas pueden confiar en seguir unidas.

Podría aducirse que este incremento se debe, en buena medida, no tanto al declive de la inteligencia emocional como a la constante erosión de las presiones sociales que antiguamente mantenían cohesionada a la pareja (el estigma que suponía el divorcio o la dependencia económica de muchas mujeres con respecto a sus maridos), aun estando sometida a las condiciones más calamitosas. Pero el hecho es que, al desaparecer las presiones sociales que mantenían la unión del matrimonio, ésta sólo puede asentarse sobre la base de una relación emocional estable entre los cónyuges.

En los últimos años se ha llevado a cabo una serie de investigaciones que se ha ocupado de analizar con una precisión desconocida hasta la fecha los vínculos emocionales que mantienen los esposos y los problemas que pueden llegar a separarlos. Es muy posible que el avance más importante en la comprensión de los factores que contribuyen a la unión o a la separación del matrimonio esté ligado al uso de sutiles instrumentos fisiológicos que permiten rastrear minuciosamente, instante tras instante, los intercambios emocionales que tienen lugar en la interacción entre los miembros de la pareja. Los científicos se hallan actualmente en condiciones de detectar las más mínimas descargas de adrenalina de un marido —que, de otro modo, pasarían inadvertidas—, las modificaciones de la tensión arterial y de registrar, asimismo, las fugaces —aunque muy reveladoras— microemociones que muestra el rostro de una esposa. Estos registros fisiológicos demuestran la existencia de un subtexto biológico que subyace a las dificultades por las que atraviesa una pareja, un nivel crítico de realidad emocional que suele pasar inadvertido y que, en consecuencia, se tiende a soslayarlo completamente. Estos datos ponen de relieve, pues, las auténticas fuerzas emocionales que contribuyen a mantener o a destruir una relación. Pero no debemos olvidar, no obstante, que gran parte del fracaso de las relaciones de pareja se asienta en las diferencias existentes entre los mundos emocionales de los hombres y de las mujeres.

LOS ANTECEDENTES INFANTILES DE DOS CONCEPCIONES DIFERENTES DEL MATRIMONIO

No hace mucho, estaba a punto de entrar en un restaurante cuando, de repente, un joven, en cuyo rostro se dibujaba una rígida mueca de disgusto, salió del local con paso airado. Tras él iba desesperadamente una mujer —también joven— pisándole los talones y golpeándole en la espalda al tiempo que le gritaba «¡Maldito! ¡Vuelve aquí y sé amable conmigo!» Esta conmovedora queja, paradójicamente contradictoria, dirigida a una espalda en retirada, ejemplifica un modelo muy extendido de relación conyugal en peligro, según el cual la mujer demanda atención mientras el hombre se bate en retirada. Los terapeutas matrimoniales han descubierto que, en el mismo momento en que los miembros de la pareja se ponen de acuerdo para acudir a la consulta, ya están atrapados en una pauta de respuesta de compromiso-o-evitación, en la que el marido se queja de las «irracionales» exigencias y ataques de su mujer mientras que ella se lamenta de la indiferencia manifiesta de él ante sus necesidades.



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Missatge  Invitat 17/07/10, 01:21 pm

Este desenlace refleja, de hecho, la existencia de dos realidades emocionales distintas —la de la mujer y la del hombre— en una misma relación de pareja. Y, si bien el origen de estas diferencias emocionales responde parcialmente a razones biológicas, también tiene que ver con la infancia y con los distintos mundos emocionales en que crecen las niñas y los niños. Existe una amplia investigación al respecto que pone de manifiesto que estas diferencias no sólo se ven reforzadas por los distintos juegos elegidos por las niñas y los niños sino también por el temor de unas y otros a que se bromee a su costa por tener un «novio» o una «novia». Un estudio sobre los compañeros elegidos por los niños demostró que, a los tres años de edad, éstos tienen el mismo número de amigos que de amigas, un porcentaje que va disminuyendo hasta que, a los cinco años, sólo se tiene el 20% de amigos del otro sexo contrario y que casi llega a anularse a la edad de siete años. A partir de ese momento, los mundos de los niños y de las niñas discurren de manera paralela hasta volver a confluir al llegar a la edad de las primeras citas de la adolescencia.

Durante todo este periodo, las lecciones emocionales recibidas por los niños y las niñas son muy diferentes. A excepción del enfado, los padres hablan más de las emociones con sus hijas que con sus hijos y es por esto por lo que las niñas disponen de más información sobre el mundo emocional. Cuando los padres, por ejemplo, cuentan cuentos a sus hijos pequeños, suelen utilizar palabras más cargadas emocionalmente con las niñas que con los niños. Cuando, por su parte, las madres juegan con sus hijos e hijas, expresan un espectro más amplio de emociones en el caso de que lo hagan con las niñas y son también más prolijas con ellas cuando describen un estado emocional, si bien suelen ser, en cambio, más minuciosas a la hora de describir a sus hijos varones las causas y las consecuencias de emociones tales como el enojo (probablemente una forma de admonición).

Leslie Brody y Judith Hall, que han sintetizado los resultados de varias investigaciones sobre las diferencias emocionales existentes entre ambos sexos, afirman que la mayor prontitud con que las niñas desarrollan las habilidades verbales las hace más diestras en la articulación de sus sentimientos y más expertas en el empleo de las palabras, lo cual les permite disponer de un elenco de recursos verbales mucho más rico que puede sustituir a reacciones emocionales tales como, por ejemplo, las peleas físicas. Según estas investigadoras: «los chicos, que no suelen recibir ninguna educación que les ayude a verbalizar sus afectos, suelen mostrar una total inconsciencia con respecto a los estados emocionales, tanto propios como ajenos»: A la edad de diez años, el porcentaje de chicas y chicos que se muestran francamente agresivos y predispuestos a la confrontación abierta cuando se enfadan es aproximadamente el mismo.

Sin embargo, a los trece años comienza a aparecer una marcada diferenciación entre ambos sexos y las muchachas muestran entonces una mayor habilidad que los chicos en el uso de tácticas agresivas de carácter más sutil, como el rechazo, el chismorreo y la venganza indirecta. A esta edad, la gran mayoría de los muchachos se limita a seguir tratando de resolver sus discrepancias mediante las peleas, ignorando otro tipo de estrategias más sutiles. Este es sencillamente uno de los muchos motivos por los que los muchachos —y más tarde los hombres— son menos diestros y que las muchachas para moverse por los vericuetos de la vida emocional.
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Missatge  Invitat 17/07/10, 01:24 pm



Las chicas suelen organizar sus juegos en grupos reducidos y cohesionados, poniendo un marcado interés en minimizar las discrepancias y maximizar la cooperación, mientras que los chicos, por su parte, tienden a organizarse en grupos más numerosos y a incidir en los aspectos más competitivos. Veamos, por ejemplo, la distinta respuesta que suelen tener unos y otras cuando el juego se ve interrumpido porque alguno de los participantes se ha hecho daño. Lo que se espera de un niño que se haya lesionado es que se aleje momentáneamente del juego hasta que deje de llorar y se halle nuevamente en condiciones de reintegrarse a él. Pero cuando tal cosa ocurre en un grupo de chicas, en cambio, el juego se paraliza mientras todas se congregan en torno a la afectada tratando de consolarla. En opinión de la investigadora de Harvard Carol Gilligan, este marcado contraste entre los juegos de las niñas y los de los niños constituye un ejemplo de una de las diferencias clave existentes entre ambos sexos: los muchachos se sienten orgullosos de su solitaria y tenaz independencia y autonomía, y las chicas, por su parte, se sienten integrantes de una red interrelacionada. Es por ello por lo que los chicos se sienten amenazados cuando algo parece poner en peligro su independencia, algo que, en el caso de las chicas, ocurre cuando se rompe una de sus relaciones. Como destaca Deborah Tannen en su libro You Just Don ‘t Understand, esta diferencia de perspectiva entre ambos géneros les lleva a esperar cosas muy distintas de una simple conversación, ya que el hombre suele sentirse satisfecho con hablar sobre «algo» mientras que la mujer busca una conexión emocional más profunda.

Y esta disparidad en la educación emocional termina desarrollando aptitudes muy diferentes, puesto que las chicas «se aficionan a la lectura de los indicadores emocionales —tanto verbales como no-verbales— y a la expresión y comunicación de sus sentimientos». Los chicos, en cambio, se especializan en «minimizar las emociones relacionadas con la vulnerabilidad, la culpa, el miedo y el dolor»,’ una conclusión corroborada por abundante documentación científica. Por ejemplo, existen cientos de estudios que han puesto de manifiesto que las mujeres suelen ser más empáticas que los hombres, al menos en lo que se refiere a su capacidad para captar los sentimientos que se reflejan en el rostro, el tono de voz y Otro tipo de mensajes no verbales. De modo parecido, también resulta bastante más fácil descifrar los sentimientos en el rostro de una mujer que en el de un hombre. Aunque, en realidad, no existe, de entrada, ninguna diferencia manifiesta en la expresividad facial de las niñas y la de los niños, a lo largo de su desarrollo en la escuela primaria los chicos se van volviendo menos expresivos, todo lo contrario de lo que ocurre en el caso de las chicas, lo cual, a su vez, puede reflejar otra diferencia clave entre ambos géneros, es decir, que las mujeres suelen ser capaces de experimentar con mayor intensidad y variabilidad que los hombres un amplio espectro de emociones. Por ello, en términos generales, cabe afirmar que las mujeres son más «emocionales» que los hombres. Todo esto supone que las mujeres tienden a llegar al matrimonio con un mayor dominio de sus emociones, mientras que los hombres lo hacen con una escasa comprensión de lo que esto significa para la estabilidad de la relación. De hecho, un estudio efectuado sobre 264 parejas ha revelado que, para las mujeres, el principal motivo de satisfacción de una relación viene dado por la sensación de que existe una «buena comunicación» en la pareja. Ted Huston, psicólogo de la Universidad de Texas que se ha dedicado a estudiar en profundidad las relaciones de pareja, observa que: «desde el punto de vista de la esposa, la intimidad conlleva, entre otras muchas cosas, la capacidad de abordar cuestiones muy diferentes y, en especial, de hablar sobre la relación misma. La inmensa mayoría de los hombres, por el contrario, no aciertan a comprender esta demanda y suelen responder diciendo algo así como: “yo quiero hacer cosas con mi mujer pero ella sólo quiere hablar”». Huston descubrió asimismo que, durante el noviazgo, los hombres se hallan más predispuestos a entablar este tipo de diálogo capaz de colmar el deseo de intimidad de su futura esposa pero que, pasado este periodo, los hombres —especialmente en las parejas más tradicionales— van invirtiendo cada vez menos tiempo en conversar con sus esposas y satisfacen su necesidad de intimidad dedicándose a actividades tales como cuidar juntos del jardín en lugar de tener una buena conversación sobre cualquier tema.

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Missatge  Invitat 19/07/10, 02:13 pm

Esta lenta escalada del silencio masculino puede originarse, en parte, en el hecho de que, según parece, los hombres suelen ser muy optimistas sobre la situación real de su matrimonio mientras que las mujeres son más sensibles a los aspectos problemáticos de la relación. Un estudio realizado sobre el matrimonio pone en evidencia que los hombres muestran un punto de vista más ingenuo que sus esposas en todo lo concerniente a la relación (hacer el amor, estado de las finanzas, vínculos familiares, comprensión mutua o importancia de los defectos personales). Las esposas, por su parte, suelen mostrarse más exigentes a la hora de plantear sus demandas, especialmente en los matrimonios infelices. Si al cándido punto de vista de los maridos sobre el matrimonio sumamos su poca predisposición a afrontar los conflictos emocionales, nos haremos una idea más precisa del motivo de las frecuentes quejas de las mujeres sobre la evasiva actitud de sus maridos para hacer frente a los problemas que aquejan a cualquier relación. (Estamos hablando, claro está, de la generalización de una diferencia que no es aplicable a todos los casos particulares. Un amigo psiquiatra, por ejemplo, se lamentaba de que, en su matrimonio, él fuera el único en sacar a relucir este tipo de cuestiones y de que su esposa se mostrara sumamente remisa a hacer frente a los problemas emocionales.)

No cabe duda de que la torpeza de los hombres para percatarse de los problemas de la relación se debe a su relativa falta de capacidad para descifrar el contenido emocional de las expresiones faciales. Las mujeres suelen ser mucho más sensibles que los hombres para captar un gesto de tristeza. Es por esto por lo que las mujeres suelen verse obligadas a aparentar una desolación absoluta para que un hombre pueda llegar a darse cuenta de cuáles son sus verdaderos sentimientos y darle luego también el tiempo suficiente para que se plantee cuál puede ser la causa de su malestar.

Consideremos ahora las implicaciones de esta brecha emocional entre géneros en el modo en que los miembros de la pareja abordan las exigencias y discrepancias que inevitablemente comporta toda relación íntima. De hecho, las cuestiones puntuales como la frecuencia de las relaciones sexuales, la educación de los hijos, el ahorro y las deudas que el matrimonio puede afrontar, no suelen ser el motivo principal de cohesión o de separación de la pareja. El factor determinante, por el contrario, suele centrarse en el modo en que la pareja aborda las cuestiones más o menos candentes. Y, por así decirlo, llegar a un acuerdo sobre como estar en desacuerdo suele ser la clave para la supervivencia del matrimonio.

Para sortear los escollos de las emociones tortuosas, las mujeres y los hombres deben tratar de ir más allá de las diferencias genéricas innatas porque, en caso de no lograrlo, la relación se verá abocada al naufragio. Como veremos a continuación, el riesgo de zozobrar ante estos escollos aumenta considerablemente en el caso de que uno o ambos cónyuges presenten carencias manifiestas en el desarrollo de la inteligencia emocional.


EL FRACASO MATRIMONIAL

Fred:¿Has recogido mi ropa limpia?

Ingrid:(En tono burlesco) «Has recogido mi ropa limpia». Recógela tú. ¿Crees que soy tu criada’?

Fred:Eso difícilmente podría ser. Si fueras mi criada, al menos sabrías limpiar la ropa.

Si este diálogo caústico e hiriente hubiera sido extraído de una obra de teatro podría resultar hasta cómico, pero el hecho es que tuvo lugar entre un matrimonio que —y esto no resulta sorprendente— acabó divorciándose a los pocos años. El intercambio tuvo lugar en un laboratorio dirigido por John Gottman, psicólogo de la Universidad de Washington, quien posiblemente haya llevado a cabo el análisis más exhaustivo sobre el aglutinante emocional que mantiene unida a la pareja y sobre los sentimientos corrosivos que contribuyen a destruirla. En el curso de esta investigación se grababan en video las conversaciones que mantenían las parejas y posteriormente eran microanalizadas para tratar de descubrir los más mínimos indicios de las corrientes emocionales subyacentes. Este proceso de cartografiado de las discrepancias que terminan abocando al divorcio constituye un argumento sumamente convincente en favor del papel decisivo que desempeña la inteligencia emocional en la supervivencia de la pareja.
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Missatge  Invitat 19/07/10, 02:17 pm



En las dos últimas décadas. Gottman ha rastreado los altibajos de más de doscientas parejas, algunas de ellas recién casadas y otras que llevaban unidas mucho tiempo. La precisión del análisis realizado por Gottman sobre el ecosistema matrimonial ha sido tal que, en uno de sus estudios, le permitió predecir con una exactitud del 94% (¡una precisión ciertamente inaudita en este tipo de estudios!) qué parejas, de entre todas las que pasaron por su laboratorio, terminarían separándose en los próximos tres años (como ocurrió en el caso de Ingrid y Fred, cuya cáustica discusión poníamos como ejemplo al comienzo de esta sección). La precisión del análisis de Gottman se deriva de su escrupulosa metodología y de la minuciosidad con que recoge sus datos.

Mientras los miembros de la pareja, por ejemplo, conversan entre si, unos sensores se encargan de registrar los más mínimos cambios fisiológicos; asimismo, Gottman realiza también un análisis secuencial de todas las expresiones faciales (utilizando un sistema de lectura de las emociones desarrollado por Paul Ekman) que le permite detectar los matices más sutiles y fugaces de los sentimientos. Después de finalizar la sesión, cada participante se dirige a un laboratorio separado para mirar la cinta de video y hablar de los sentimientos que experimentó durante los momentos más álgidos de la conversación. El resultado de este tipo de estudios constituye el equivalente a una radiografía emocional del matrimonio.

Según Gottman, las críticas destructivas son una incipiente señal de alarma que indica que el matrimonio se halla en peligro. En un matrimonio emocional mente sano, tanto la esposa como el marido se sienten lo suficientemente libres como para formular abiertamente sus quejas. Pero suele ocurrir que, en medio del fragor del enfado, las quejas se formulen de un modo destructivo, bajo la foma de un ataque en toda regla contra el carácter del cónyuge. Pamela y Tom, por ejemplo, quedaron a una hora concreta frente a la estafeta de correos para ir al cine y, seguidamente, Pamela se dirigió con su hija a una zapatería mientras su marido iba a echar un vistazo a la librería. Pero a la hora convenida Tom todavía no había aparecido. «¿Dónde se habrá metido? La película empieza dentro de diez minutos —se quejó Pamela a su hija—. Si alguien sabe cómo estropear algo, ése es tu padre.» y cuando Tom apareció diez minutos después, contento por haberse encontrado con un viejo amigo y excusándose por el retraso, Pamela le espetó sarcásticamente: «muy bien; ya tendremos ocasión de discutir tu sorprendente habilidad para echar al traste todos los planes. Eres un egoísta y un desconsiderado».

Pero este tipo de quejas es algo más que una simple protesta, es un verdadero atentado contra la personalidad del otro, una crítica dirigida al individuo y no a sus actos. Ante el intento de disculpa de Tom, Pamela le estigmatizó con los calificativos de «egoísta y desconsiderado». No es infrecuente que las parejas atraviesen por momentos similares, momentos en los que una queja sobre algo que el otro ha hecho se convierte en un ataque en toda regla contra la persona y no contra el hecho en cuestión.

Estas feroces críticas personales tienen un impacto emocional mucho más corrosivo que una queja razonada y tienden a producirse —quizá comprensiblemente— con mayor frecuencia cuando la esposa o el marido siente que sus quejas no son escuchadas ni tenidas en consideración.

La diferencia existente entre una queja y una crítica personal es evidente. En la queja, uno señala específicamente aquello que le molesta del otro miembro de la pareja y critica sus acciones —no su persona— expresándole cómo se siente. Por ejemplo, la frase «cuando olvidaste meter mi ropa en la lavadora sentí que te preocupabas muy poco de mi» no es beligerante ni pasiva sino una expresión asertiva que ilustra un grado de inteligencia emocional. Lo que ocurre en el caso de la crítica personal, en cambio, es que un miembro de la pareja se sirve de una demanda concreta para arremeter contra el otro («Siempre eres igual de egoísta e insensible. Esto me demuestra que no puedo confiar en que hagas nada bien»). Este tipo de crítica deja a quien la recibe avergonzado, disgustado, ultrajado y humillado, y es muy probable que termine abocando a una reacción defensiva que no contribuya en nada a mejorar la situación.

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Missatge  Invitat 20/07/10, 01:28 pm

Las críticas cargadas de quejas suelen ser muy destructivas, especialmente en el caso de que no sólo se transmitan mediante las palabras sino que se expresen de forma airada y recurriendo también al tono de voz y al gesto. La forma más evidente consiste en la ridiculización o el insulto directo («idiota», «puta» o «cabrón»), pero la verdad es que el lenguaje corporal puede alcanzar el mismo grado de ensañamiento que el ataque verbal (un gesto despectivo, fruncir el labio —la señal universal del disgusto— o poner los ojos en blanco en un gesto de resignación).

La impronta facial de la queja consiste en la contracción de los músculos que retraen los extremos de la boca hacia los lados (normalmente hacia la izquierda) y en la elevación de los ojos. La presencia tácita de esa expresión emocional en el rostro de uno de los esposos aumenta el ritmo cardiaco del otro en dos o tres latidos por minuto. Esta comunicación soterrada termina provocando un efecto fisiológico ya que, según descubrió Gottman, si un marido muestra con frecuencia su desprecio de este modo, la esposa acusará una clara propensión hacia una gama concreta de problemas de salud que van desde el simple resfriado hasta la gripe, las infecciones de vejiga y los desórdenes gastrointestinales. Y Gottman considera que, cuando el rostro de la esposa expresa contrariedad —el pariente próximo del reproche— cuatro o más veces durante una conversación de quince minutos, es un síntoma de que la pareja se separará en un periodo máximo de cuatro años.

Pero aunque las protestas o las expresiones ocasionales de disgusto no suelen conducir a la disgregación del matrimonio, constituyen un factor de riesgo equivalente al hecho de fumar o de padecer una elevada tasa de colesterol para terminar desarrollando una enfermedad cardiaca; de modo que, cuanto más intensa y prolongada sea la descarga de este tipo de emociones, mayor será el peligro. En el camino que conduce hasta el divorcio, cada una de estas situaciones sienta las bases para la siguiente, en una escala de sufrimiento creciente. De este modo, las quejas, las desavenencias y las criticas frecuentes constituyen peligrosos indicadores que evidencian que la mujer o el marido han establecido un veredicto concluyente de culpabilidad sobre el otro. Esta condena inapelable constituye una pauta negativa y hostil de pensamiento que desemboca fácilmente en agresiones que hacen que el receptor se ponga a la defensiva y se apreste de inmediato al contraataque.

Los dos polos de la pauta de respuesta de lucha-o-huida constituyen las dos modalidades extremas de reacción del cónyuge que se siente atacado. Lo más común es devolver el ataque con una explosión de ira pero esta vía suele concluir en una estéril disputa a voz en grito. Por su parte, la huida, la otra respuesta alternativa, puede llegar a ser más perniciosa todavía, especialmente en el caso de que conlleve la retirada a un silencio sepulcral.

La táctica del cerrojo constituye la última defensa. La persona que se cierra sobre sí misma se limita a quedarse en blanco, a inhibirse de la conversación respondiendo lacónicamente o manteniendo un silencio y una expresión pétrea, una táctica que envía un poderoso y contundente mensaje que combina el distanciamiento, la superioridad y el rechazo. Esta pauta es fácilmente observable en los matrimonios con problemas y en el 85% de los casos es el marido quien se encierra en sí mismo como respuesta a una esposa que lo acosa con constantes quejas y críticas. Pero una vez que termina estableciéndose como respuesta habitual tiene un efecto devastador sobre la salud de la relación porque aborta toda posibilidad de resolver las desavenencias.

PENSAMIENTOS TOXICOS

Los niños están alborotando más de la cuenta y Martin —su padre— está cada vez más irritado. Entonces se dirige a su esposa Melanie con un agresivo:

—Querida ¿no crees que los chicos deberían estarse quietos?

(Pero lo que en realidad está pensando es: «Melanie es demasiado permisiva con los niños».)

Ante el irritante comentario de su marido, Melanie se enoja. Entonces, su rostro se tensa, frunce el ceño y replica:

—Sólo están jugando un rato. No tardarán mucho en acostarse.

(Pero su auténtico pensamiento es: «ya está Martin quejándose otra vez».)

Ahora es Martin quien se halla ostensiblemente enfadado e, inclinándose amenazadoramente hacia delante con los puños apretados, exclama:

—¿No podrías acostarlos ahora mismo, querida?
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Missatge  Invitat 20/07/10, 01:41 pm

Su verdadero pensamiento, no obstante, es: «me lleva la contraria en todo lo que digo. Tendré que hacerlo yo mismo».)

Melanie. asustada por la súbita muestra de cólera de Martin responde, en un tono más sosegado:

—No. Ya iré yo y los acostaré.

(Pero lo que realmente piensa es: «esta perdiendo el control y podría llegar a pegarles. Será mejor que le siga la corriente».)

Este tipo de conversaciones paralelas —la verbal y la mental— ha sido puesto de manifiesto por Aaron Beck. el creador de la terapia cognitiva, como ejemplo de los pensamientos que pueden emponzoñar una relación matrimonial. «El auténtico intercambio emocional que tuvo lugar entre Melanie y Martin estaba prefigurado por sus pensamientos y éstos. a su vez, estaban predeterminados por un estrato mental más profundo al que Beck denomina “pensamientos automáticos», es decir, creencias fugaces sobre las personas con quienes nos relacionamos y sobre nosotros mismos que reflejan nuestras actitudes emocionales más profundas. El pensamiento profundo de Melanie era algo así como «Martin me intimida continuamente con sus enfados», mientras que el de Martin. por su parte, era «no tiene ningún derecho a tratarme así». De este modo Melanie se siente como una víctima inocente en su matrimonio mientras que Martin cree que tiene todo el derecho a indignarse por lo que considera un trato injusto por parte de su esposa.

El pensamiento de que uno es una víctima inocente o de que tiene derecho a indignarse es típico de aquellos matrimonios en crisis que, de un modo u otro, se agreden de continuo. Una vez que este tipo de pensamientos —como, por ejemplo, la justa indignación— se automatizan, desempeñan un papel autoconfirmante y. de este modo, el miembro de la pareja que se siente víctima acecha constantemente todo lo que hace el otro para poder confirmar su propia opinión de que está siendo atacado o menospreciado, ignorando, al mismo tiempo, todo acto mínimamente positivo que pueda cuestionar o contradecir esta visión.

Este tipo de pensamientos es muy poderoso y pone en marcha el sistema de alarma neurológico. El pensamiento de que uno es una víctima desencadena un secuestro emocional que activa la larga serie de ofensas que uno ha recibido del otro, olvidando simultáneamente todo lo positivo que haya aportado que no cuadre con la visión de que uno es una víctima inocente. De este modo, el otro miembro de la pareja se ve encerrado en una especie de callejón sin salida ya que todo lo que haga —aunque trate de ser deliberadamente amable— será reinterpretado a través de este prisma de negatividad y rechazado como una tímida tentativa de negar su culpa.

En situaciones similares, las parejas que se hallan libres de este tipo de procesos mentales suelen adoptar una interpretación más positiva, en consecuencia son menos proclives a experimentar un secuestro emocional y, en caso de hacerlo, se recuperan con mayor prontitud. El patrón general de pensamientos que alimentan o, por el contrario, aligeran la crisis se atiene al modelo de optimismo o pesimismo propuesto en el capitulo 6 por el psicólogo Martin Seligman. La visión pesimista sería aquélla que considera que nuestra pareja tiene un defecto inherente e inmutable que sólo genera sufrimiento: «es un egoísta que sólo piensa en sí mismo. Así lo parieron y jamás cambiará. Lo único que quiere de mí es que esté completamente a su servicio sin tener en cuenta cuáles son mis sentimientos». La visión optimista contrapuesta podría expresarse más o menos del siguiente modo: «ahora parece muy exigente pero, en el pasado, ha demostrado ser muy comprensivo. Tal vez esté atravesando una mala racha. Es muy posible que tenga algún problema en el trabajo». Esta última perspectiva no descalifica al otro miembro de la pareja ni considera desesperanzadamente que la relación matrimonial esté dañada de manera irreversible, sino que piensa, en cambio, que sólo se trata de un problema circunstancial y pasajero. La primera actitud aboca a la desazón mientras que la segunda proporciona, en cambio, una sensación de mayor sosiego

Las parejas que adoptan una postura pesimista son sumamente proclives a los raptos emocionales y se enfadan, ofenden y molestan por todo lo que hace su compañero, creciendo su irritación a medida que avanza la discusión. Este estado de inquietud interna, unido a su actitud pesimista, les hace más proclives a recurrir a la crítica y las quejas desconsideradas en las desavenencias con su pareja, lo cual incrementa, a su vez, la probabilidad de terminar adoptando una actitud defensiva o de clara cerrazón.

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Missatge  Invitat 22/07/10, 04:35 pm

Es muy posible que los pensamientos tóxicos más virulentos sean aquéllos que albergan los hombres que llegan a maltratar físicamente a sus esposas. Un estudio sobre la violencia marital llevado a cabo por psicólogos de la Universidad de Indiana demostró que las pautas de pensamiento de estos hombres son las mismas que las de los niños bravucones del patio de recreo. Suele tratarse de hombres que interpretan las acciones neutras de sus esposas como ataques y utilizan este prejuicio para justificar su agresividad hacia ellas (quienes se muestran sexualmente agresivos en sus citas con las mujeres sufren un proceso muy parecido, prejuzgándolas con suspicacia y desdeñando sus posibles objeciones)i Como hemos visto en el capítulo 7, este tipo de hombres se siente especialmente amenazado por el desdén, el rechazo o la vergüenza pública a que les pueden someterles sus esposas. Una escena típica que suele activar la «justificación» de la violencia del marido es la siguiente: «estás en una fiesta y de repente te das cuenta de que hace media hora que tu mujer está hablando y riendo con ese hombre tan atractivo que parece estar coqueteando con ella». La respuesta habitual de este tipo de hombres ante el rechazo o abandono de sus esposas oscila entre la indignación y la humillación. Es muy posible que, en tal caso, pensamientos automáticos del tipo «ella va a dejarme» actúen a modo de desencadenante de un secuestro emocional en el que el marido violento reaccione impulsivamente o, como dicen los investigadores, manifieste una «respuesta conductual inapropiada”

EL DESBORDAMIENTO: EL NAUFRAGIO DEL MATRIMONIO

Estas actitudes suelen originar un estado de crisis constante que sirve de detonante a frecuentes secuestros emocionales que dificultan la cicatrización de las heridas provocadas por la ira.

Gottman utiliza el término desbordamiento para referirse a esta sobrecarga de desazón emocional que resulta imposible de controlar y que arrastra consigo a quienes se ven superados por la negatividad de su pareja y por su propia respuesta ante ella. El desbordamiento impide oir sin distorsiones el mensaje recibido, responder con la cabeza despejada, organizar los pensamientos y termina desatando las más primitivas de las respuestas. Lo único que desean quienes se ven arrastrados por las emociones es que la tempestad amaine, escapar de la situación o. a veces, incluso vengarse. De este modo, el desbordamiento constituye un tipo de secuestro emocional que se autoperpetua.

Hay personas que presentan un elevado umbral de desbordamiento, personas que soportan fácilmente el enfado y los reproches mientras que otras, en cambio, saltan disparadas en el mismo instante en que su cónyuge las critica. El correlato fisiológico del desbordamiento se mide por el aumento del ritmo del latido cardiaco. En condiciones de reposo, la frecuencia cardíaca de la mujer es de unas ochenta y dos pulsaciones por minuto, mientras que la de los hombres es del orden de setenta y dos (aunque hay que precisar que el promedio concreto depende de la altura y el peso de la persona). El desbordamiento comienza con un aumento del ritmo cardíaco de unos diez latidos por minuto sobre la frecuencia normal en condiciones de reposo y, cuando esta frecuencia alcanza las cien pulsaciones por minuto (cosa que puede ocurrir fácilmente en situaciones de enfado o de llanto), se dispara la secreción de adrenalina y de otras hormonas que contribuyen a mantener elevado el estado de estrés durante un buen rato.

De este modo, la frecuencia cardíaca constituye un claro indicador del momento en que se produce un secuestro emocional, en cuyo caso el aumento puede llegar ser de diez, veinte o hasta treinta pulsaciones en el corto intervalo que separa un latido del siguiente. En esa situación, los músculos se tensan y la respiración se hace dificultosa, se produce una especie de aluvión de sentimientos tóxicos, una incómoda y aparentemente inevitable inundación de miedo e irritación que requiere de «todo el tiempo del mundo», subjetivamente hablando, para poder ser superada.

En el momento culminante del secuestro, las emociones alcanzan una intensidad extraordinaria, la perspectiva del sujeto se estrecha y su pensamiento se vuelve tan confuso que no existe la menor posibilidad de poder asumir el punto de vista del otro y tratar de solucionar las cosas de un modo más razonable.

Está claro que, en alguna que otra ocasión, todas las parejas atraviesan por momentos de intensidad similar. El problema comienza cuando uno u otro cónyuge se siente continuamente desbordado. En este caso, el miembro de la pareja que se siente agobiado por el otro se mantiene constantemente en guardia para responder a cualquier signo de agresión o de injusticia emocional, y se vuelve tan susceptible a los ataques, las ofensas y los desaires, que salta ante la menor provocación. En estas circunstancias, el simple comentario «cariño ¿por qué no hablamos?» puede activar un pensamiento reactivo del tipo «ya está buscando pelea otra vez» que desencadene un desbordamiento emocional. Por otra parte, también hay que decir que cada nuevo desbordamiento dificulta la recuperación de la excitación fisiológica resultante, lo cual provoca, a su vez, que un comentario inofensivo se interprete desde una óptica sesgada que aboca al desbordamiento reiterado.
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Missatge  Invitat 22/07/10, 04:37 pm




Éste es posiblemente el punto más crítico de una relación de pareja, un punto a partir del cual ya no parece haber posible vuelta atrás. El cónyuge que se siente desbordado interpreta todo lo que el otro hace desde una óptica absolutamente negativa. Así, las cuestiones más nimias se transforman en auténticas batallas campales porque los sentimientos se hallan continuamente heridos. Con el tiempo, el cónyuge que se siente desbordado comienza a considerar que todos y cada uno de los problemas que aquejan a la relación son imposibles de resolver, ya que su mismo estado emocional obstaculiza cualquier intento de solucionar las cosas. A medida que la situación empeora, comienza a parecer inútil todo intento de hablar de lo que está ocurriendo, y cada miembro de la pareja trata de resolver por su cuenta los problemas que le aquejan. Es entonces cuando comienzan a llevar vidas paralelas, viviendo en un aislamiento completo que no hace sino fomentar su sensación de soledad dentro del matrimonio. El último paso, como afirma Gottman, suele ser el divorcio.

Las dramáticas consecuencias de la falta de competencia emocional resultan bien patentes en el camino que conduce hasta el divorcio. El circuito reverberante de la crítica, el desprecio, la actitud defensiva, el encerramiento, la desconfianza y el desbordamiento emocional es un reflejo de la desintegración de la conciencia de uno mismo, de la pérdida del autocontrol emocional, de la empatía y de la capacidad para consolarse mutuamente.

LOS HOMBRES. EL SEXO VULNERABLE

Volvamos ahora a las diferencias genéricas en la vida emocional que constituyen la espoleta oculta de las desavenencias matrimoniales. La investigación ha descubierto la existencia de una diferencia básica en el valor que asignan los hombres y las mujeres (después incluso de treinta y cinco años de matrimonio) a la comunicación emocional. Por término medio, las mujeres afrontan con más facilidad que los hombres las molestias que conlleva una disputa matrimonial. Ésta es, al menos, la conclusión a la que ha llegado Robert Levenson, psicólogo de la Universidad de California, en Berkeley, tras un estudio basado en el testimonio de 151 parejas que llevaban mucho tiempo casadas.

Levenson descubrió que la mayor parte de los maridos tenían una especial aversión a las disputas matrimoniales, algo que para las mujeres, en cambio, no suponía ningún tipo de problema. «Pero, si bien los maridos propenden a desbordamientos menos negativos, en cambio, suelen experimentar el desbordamiento emocional con más facilidad. Y una vez que éste tiene lugar, el menor signo de negatividad de la esposa desencadena una mayor secreción de adrenalina por parte del marido, lo cual supone que éste requiera de más tiempo para recuperarse fisiológicamente del desbordamiento». Esto puede sugerir, dicho sea de paso, que la típica imperturbabilidad masculina —tan bien representada por el estoico Clint Eastwood— puede no ser más que un mecanismo de defensa contra el posible desbordamiento emocional.

Según Gottman, la razón de que los hombres estén tan predispuestos a atrincherarse en sí mismos hay que buscarla en la protección que esta situación les procura contra el desbordamiento emocional. La investigación ha revelado que cuando se produce este encerramiento en uno mismo, el ritmo cardiaco desciende una media de diez latidos por minuto, proporcionando una sensación subjetiva de consuelo. Pero —y he aquí la paradoja— cuando los hombres inician este proceso de retirada, el ritmo cardíaco de las mujeres asciende a cotas criticas. Esta danza limbica, en la que cada uno de los miembros de la pareja busca sosiego en tácticas contrapuestas, da lugar a posturas muy distintas ante el enfrentamiento emocional, de modo tal que los hombres tratan de evitarlo con el mismo fervor con el que sus esposas se sienten compelidas a buscarlo.

Por esto es por lo que los maridos tienden a encerrarse en si mismos en la misma proporción en que las mujeres tienden a atacarles. Esta asimetría es la consecuencia de que las mujeres tiendan a prestar más atención a las cuestiones emocionales. Y esta propensión a sacar a colación las desavenencias y las protestas para tratar de resolverlas es la que desata la resistencia de los maridos a comprometerse en algo que posiblemente termine abocando a una acalorada discusión. En el momento en que la mujer percibe el intento del marido de eludir este compromiso, aumenta el volumen y la intensidad de sus demandas y comienza a criticarle abiertamente. Cuando el marido, como respuesta, se pone a la defensiva y se encierra en si mismo, la mujer se siente frustrada e irritada, añadiendo así más motivos de queja que no hacen sino incrementar su frustración. Luego, en el momento en que el marido percibe que está siendo objeto de las críticas y quejas de su esposa, comienza a adoptar un modelo de pensamiento de víctima inocente o de justa indignación que fácilmente desencadena el desbordamiento. Para protegerse de este desbordamiento, el marido se pone cada vez más a la defensiva atrincherándose en si mismo. Pero recordemos que, en el momento en que el marido recurre a la táctica del encerramiento es la esposa quien se siente abocada al callejón sin salida del desbordamiento. Es así cómo el círculo vicioso de las peleas matrimoniales termina desencadenando una espiral de agresividad completamente descontrolada.

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Missatge  Sinuhé 22/07/10, 06:18 pm

L'home el sexe vulnerable ? I un bè negre amb potes rosses...
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Missatge  Invitat 22/07/10, 06:58 pm

Agggggggg, com es picaaaaaaaaaaaaFem un viatge per la intel.ligència emocional? - Página 5 Disimulo
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Missatge  Sinuhé 23/07/10, 08:35 am

Només una mica...
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Missatge  Invitat 25/07/10, 11:51 pm

CONSEJOS PARA EL MATRIMONIO

La distinta forma en que los hombres y las mujeres se relacionan con los sentimientos dolorosos tiene consecuencias tan peligrosas para la vida de relación que tal vez debiéramos preguntarnos ¿qué es lo que pueden hacer las parejas para salvaguardar el amor y el afecto que se profesan mutuamente?, o, dicho de otro modo, ¿qué es lo que mantiene a salvo al matrimonio? Las investigaciones realizadas sobre las parejas que perduran a lo largo de los años han llevado a los consejeros matrimoniales a esbozar un conjunto de recomendaciones específicas para hombres y para mujeres, y una serie de consejos de carácter más global aplicables tanto a unos como a otros.

Hablando en términos generales, los hombres y las mujeres necesitan remedios emocionales diferentes. En este sentido, nuestra recomendación seria que los hombres no trataran de eludir los conflictos sino que, en cambio, intentaran comprender que las llamadas de atención de una esposa o sus muestras de disgusto, pueden estar motivadas por el amor y por el intento de mantener la fluidez y la salud de la relación (aunque, ciertamente, la hostilidad manifiesta también puede responder a otros motivos).

La acumulación soterrada de quejas va creciendo en intensidad hasta el momento en que se produce una explosión, mientras que su expresión abierta, en cambio, libera el exceso de presión. Los maridos, por su parte, deben comprender que el enfado y el descontento no son sinónimos de un ataque personal sino meros indicadores de la intensidad emocional con que sus esposas viven la relación.

Los hombres también debe permanecer atentos para no tratar de zanjar una discusión antes de tiempo proponiendo una solución pragmática precipitada porque, para una esposa, es sumamente importante sentir que su marido escucha sus quejas y empatiza con sus sentimientos (lo cual no necesariamente supone que deba coincidir con ella). En tal caso, la esposa podría interpretar este consejo como una forma de rechazo, como si sus sentimientos fueran algo absurdo o carente de importancia. Por el contrario, los maridos que, en lugar de subestimar las quejas de su esposa, permanecen junto a ella en medio del fragor de una discusión, las hacen sentirse escuchadas y respetadas. Lo que una esposa desea es que sus sentimientos sean tenidos en cuenta, respetados y valorados, aunque el marido se halle en desacuerdo.

No es infrecuente, por tanto, que una esposa se tranquilice cuando sienta que se escucha su punto de vista y se tienen en cuenta sus sentimientos.

En lo que respecta a las mujeres, el consejo es muy parecido.

Dado que uno de los principales problemas para el hombre es que su esposa suele ser demasiado vehemente al formular sus quejas, ésta debería hacer el esfuerzo de no atacarle personalmente. Una cosa es una queja y otra muy distinta una crítica o una expresión de desprecio personal. Las quejas no son ataques al carácter sino tan sólo la clara afirmación de que una determinada acción resulta inaceptable. Las agresiones personales suelen provocar la reacción defensiva y el atrincheramiento del marido, lo cual sólo contribuye a aumentar la sensación de frustración y a provocar la escalada de la violencia. También puede ser de gran ayuda el que la esposa trate de formular sus quejas en un contexto más amplio sin dejar de expresar el amor que pueda sentir hacia su marido.

LAS «BUENAS PELEAS»

El periódico de hoy nos brinda una lección objetiva sobre la forma más inadecuada de resolver los conflictos que aquejan a los matrimonios. Marlene Lenick se peleó con su esposo Michael porque él quería ver el partido entre los Cowboys de Dallas y los Eagles de Filadelfia, mientras que lo que ella quería era ver las noticias. Cuando su marido se sentó en el sofá dispuesto a ver el partido, la señora Lenick dijo que «ya había tenido suficiente fútbol» y, acto seguido, se dirigió al dormitorio, cogió un revólver del calibre 38 y disparó dos veces sobre su esposo. Como consecuencia de este incidente, Marlene ha sido acusada de intento de homicidio con premeditación y puesta en libertad bajo fianza de 50.000 dólares, mientras que el señor Lenick, por su parte, tuvo suerte y sigue recuperándose de las heridas de bala que rozaron su abdomen y le atravesaron el omóplato izquierdo y el cuello. Por suerte son pocas las disputas matrimoniales que alcanzan este grado de virulencia pero nos brindan una oportunidad excelente para revisar aquellas condiciones que pueden infundir un mínimo de inteligencia emocional a la relación matrimonial. Por ejemplo, las parejas más estables expresan abiertamente sus puntos de vista cuando abordan un tema, una actitud que también pone en juego la capacidad de saber escuchar. Desde un punto de vista emocional, cualquier muestra de empatía constituye una excelente válvula de escape de la tensión puesto que lo que generalmente busca un cónyuge dolido es que se tengan en cuenta sus sentimientos.
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Missatge  Invitat 25/07/10, 11:56 pm




Las parejas que acaban divorciándose suelen mostrarse incapaces de encontrar argumentos que detengan la escalada de la tensión. La diferencia existente entre las parejas que mantienen una relación saludable y aquéllas otras que terminan divorciándose radica en la presencia o ausencia de vías que ayuden a disolver las desavenencias conyugales. Las válvulas de seguridad que impiden que una discusión desemboque en una explosión de consecuencias irreversibles dependen de acciones tan sencillas como atajar la discusión a tiempo antes de que se desproporcione, la empatía y el control de la tensión. Estas acciones constituyen una especie de termostato emocional que impide que la expresión de los sentimientos rebase el punto de ebullición y nuble la capacidad de los miembros de la pareja para centrarse en el tema que estén discutiendo.

Una estrategia global que puede contribuir al buen funcionamiento del matrimonio consiste en no tratar de centrarse de entrada en aquellos temas álgidos concretos que suelen desencadenar las peleas matrimoniales (como, por ejemplo, el cuidado de los niños, el sexo, el dinero y el trabajo doméstico) sino, en cambio, tratar de cultivar juntos la inteligencia emocional y así aumentar las posibilidades de que las cosas discurran por cauces más sosegados. Existe un abanico de competencias emocionales —la capacidad de tranquilizarse a uno mismo (y de tranquilizar a la pareja), la empatía y el saber escuchar— que facilitan el que la pareja sea capaz de resolver más eficazmente sus desacuerdos. El desarrollo de este tipo de habilidades hace posible la existencia de discusiones sanas, de «buenas peleas» que contribuyen a la maduración del matrimonio y cortan de raíz las formas negativas de relación que suelen conducir a su disgregación. Pero los hábitos emocionales no pueden cambiarse de la noche a la mañana, se trata de una labor que exige mucha atención y perseverancia. Los cambios fundamentales que puede experimentar una pareja están directamente relacionados con la profundidad de su motivación. La mayor parte de las reacciones emocionales que se presentan en el seno del matrimonio comenzaron a modelarse desde nuestra más tierna infancia, imbuidas por el aprendizaje que supuso la relación entre nuestros padres y ejercitadas posteriormente en nuestras relaciones más íntimas. Por más que tratemos de convencernos de lo contrario, todos llevamos la impronta de los hábitos emocionales aprendidos en la relación que sostuvimos con nuestros padres (como reaccionar desproporcionadamente ante agravios de poca importancia o encerrarnos en nosotros mismos al menor signo de enfrentamiento).

Tranquilizarse a uno mismo

En el núcleo de toda emoción intensa subyace un impulso a la acción y por esto resulta fundamental el dominio de los impulsos para el desarrollo de la inteligencia emocional. No obstante, esto puede ser especialmente difícil de llevar a la práctica en las relaciones más próximas, donde uno se juega tanto. Las reacciones que afloran en este ámbito afectan a nuestras necesidades más profundas, como el deseo de sentirse amado y respetado, el miedo a ser abandonado o la sensación de ser rechazado emocionalmente. No deberíamos, pues, asombramos demasiado de que, en una pelea matrimonial, solamos comportarnos como si nuestra vida se hallara en peligro.

Pero es imposible dar con la solución adecuada cuando uno se halla bajo el influjo de un secuestro emocional. Por esto una de las competencias clave consiste en que ambos miembros de la pareja aprendan a calmar sus sentimientos más angustiosos, lo cual supone el desarrollo de la capacidad de recuperarse rápidamente del desbordamiento a que aboca todo secuestro emocional. Durante un secuestro emocional, las capacidades de escuchar, pensar y hablar con claridad se ven claramente mermadas y es por ese mismo motivo por lo que el hecho de tranquilizarse constituye un paso absolutamente necesario sin el cual no puede existir el menor progreso en la resolución del problema en cuestión.

Aquellos matrimonios que estén interesados en este punto pueden tratar de monitorizar su pulso carotídeo —está a unos pocos centímetros por debajo del lóbulo de la oreja y la mandíbula— cada cinco minutos en el transcurso de una discusión (algo que quienes practican algún tipo de ejercicio aeróbico pueden hacer sin dificultad alguna). El número de latidos que tienen lugar durante quince segundos multiplicado por cuatro nos da el promedio de pulsaciones cardiacas por minuto. Este control del pulso mientras uno trata de calmarse proporciona al sujeto una especie de gráfico basal, cuyo aumento en unos diez latidos por encima de la media constituye un claro indicador de que está en peligro de experimentar un desbordamiento emocional. En el caso de que el pulso sea incluso más acelerado, la pareja debería descansar durante unos veinte minutos antes de reanudar la charla (aunque una pausa de cinco minutos tal vez bastara, el tiempo de recuperación fisiológica suele ser más prolongado). Como hemos visto en el capitulo 5, los residuos fisiológicos del enfado actúan a modo de detonante capaz de generar más enfado. Por esto, un descanso prolongado nos proporciona más tiempo para que el cuerpo se recupere de la excitación previa.

Aquellos matrimonios que, por la razón que fuere, consideren embarazoso el hecho de monitorizar sus pulsaciones cardíacas durante una discusión, pueden establecer, al menor indicio de desbordamiento emocional por parte del otro, algún tipo de acuerdo previo que les proporcione un tiempo muerto. Durante este período de descanso, el enfriamiento puede verse potenciado mediante la práctica de algún tipo de relajación o de ejercicio aeróbico (o cualquiera de los otros métodos que hemos mencionado en el capítulo 5) que contribuyan a que el cónyuge afectado se recupere del secuestro emocional.
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Missatge  Invitat 27/07/10, 03:24 pm

Desintoxicarse de la charla interna con uno mismo

Si tenemos en cuenta que los pensamientos negativos sobre nuestra pareja constituyen el desencadenante del desbordamiento emocional, no nos resultará difícil comprender el gran alivio que puede suponer que la mujer o el marido afectados por este tipo de críticas las exteriorice. Los pensamientos del tipo «no puedo soportar más tiempo esta situación» o «no merezco este trato» constituyen expresiones que responden al modelo de víctima inocente o de justa indignación. Como señala el terapeuta cognitivo Aaron Beck, cuando el marido o la mujer, en lugar de limitarse a sentirse heridos o enfadados, pueden darse cuenta de estos pensamientos y hacerles frente, comienzan a liberarse de su influjo. Pero, para ello, será necesario que primero aprendan a dominar este tipo de pensamientos, a darse cuenta de que no tienen por qué creer en ellos y a hacer el esfuerzo deliberado de buscar argumentos o perspectivas que permitan cuestionarlos. Una esposa, por ejemplo, que, en medio de una discusión, piensa «no tiene en cuenta mis necesidades» o «sólo piensa en sí mismo», puede afrontar este tipo de pensamientos recordando las múltiples ocasiones en que su marido se ha mostrado amable con ella.

Esto le permitirá reencuadrarlos y relativizarlos: «aunque lo que ha hecho me parece absurdo y me ha molestado, otras veces, en cambio ha demostrado claramente que se preocupa por mí». La primera formulación sólo aboca a sentirse más dolido e irritado mientras que la segunda, en cambio, deja abierta la posibilidad de que se produzca una transformación y una resolución positiva.

Escuchar y hablar de un modo no defensivo

Él:¡Estás gritando!

Ella: Es cierto, estoy gritando. Pero tú no has oído ni una sola palabra de lo que he dicho. Tú no me escuchas.

El hecho de saber escuchar constituye una habilidad que contribuye a mantener unida a la pareja. Aun en medio de una acalorada discusión, cuando tanto la mujer como el marido son presa de un secuestro emocional, él, ella o, en ocasiones, ambos a la vez, podrían reconducir la situación tratando de serenarse y respondiendo positivamente a cualquier intento conciliador. No obstante, las parejas que acaban divorciándose suelen dejarse arrastrar por la ira, se aferran a los pormenores del problema inmediato y se muestran incapaces de escuchar —por no hablar de responder positivamente— cualquier oferta de paz implícita en las palabras de su pareja. La actitud defensiva se manifiesta en la forma en que el sujeto ignora o rechaza las quejas del otro, reaccionando como si se tratara de un ataque en lugar de un intento de arreglar las cosas. También es cierto que, a veces, los argumentos aducidos por el otro miembro de la pareja pueden adoptar la forma de un ataque o expresarse con tal carga de negatividad que difícilmente podrían tomarse de otro modo.

Pero, aun en el peor de los casos, siempre cabe la posibilidad de que la pareja reconsidere conscientemente lo que se han dicho el uno al otro, tratando de obviar los contenidos más hostiles o negativos del intercambio —el tono, los insultos y las críticas mordaces—, tratando de extraer sus aspectos más relevantes.

Pero, para poder afrontar este reto, cada miembro de la pareja deberá tener presente que la negatividad manifiesta de su compañero constituye una declaración tácita de la importancia que reviste el tema para él o, dicho de otro modo, constituye una demanda de atención. Así, en el caso de que ella gritase: « ¿no vas a dejar de interrumpirme?», él, por ejemplo, podría responder sin reaccionar a su hostilidad diciendo: «muy bien. Continúa y di todo lo que tengas que decir».

La empatía —que consiste en escuchar los sentimientos reales subyacentes al mensaje verbal— es el modo más eficaz de escuchar sin adoptar una actitud defensiva. Como vimos en el capitulo 7, para que cada miembro de la pareja sea capaz de empatizar realmente con el otro es imprescindible que aprenda a sosegar sus reacciones emocionales hasta volverse lo bastante sensible a sus propias respuestas fisiológicas como para poder captar con fidelidad los sentimientos de su pareja. Sin esta receptividad fisiológica no existirá la menor posibilidad de captar los sentimientos del otro. La empatía desaparece en el mismo momento en que nuestros sentimientos son tan poderosos como para anular todo lo demás y no dejar abierta la menor posibilidad de sintonizar con el otro.
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Missatge  Invitat 27/07/10, 03:28 pm

Existe un método muy eficaz, utilizado con frecuencia en la terapia matrimonial, que se denomina «reflejar» y que permite establecer una escucha emocionalmente adecuada. Cuando un miembro de la pareja expresa una demanda, el otro debe reformularla en sus propias palabras, tratando de expresar no sólo los pensamientos sino también los sentimientos subyacentes implicados.

Luego, este reflejo debe ser contrastado para asegurarse de que es adecuado y, en caso contrario, repetirlo de nuevo hasta conseguirlo. No obstante, hay que decir que este ejercicio no es tan sencillo como parece a simple vista. El hecho de sentirse adecuadamente reflejado no sólo proporciona la sensación de que uno está siendo comprendido sino que también conlleva necesariamente una cierta armonía emocional que a veces basta para desmantelar un ataque inminente y terminar con la escalada de la violencia que puede conducir a un enfrentamiento abierto.

El arte de hablar de forma no defensiva consiste en la capacidad de ceñirse a una queja concreta sin terminar desembocando en un ataque personal. El psicólogo Haim Ginott, el pionero de los programas de comunicación eficaz, afirma que la mejor forma de expresar una demanda responde al modelo «XYZ», es decir, «cuando dices X me haces sentir Y, pero me habría gustado sentirme Z». Por ejemplo: «cuando no me llamaste por teléfono y no me avisaste de que llegarías tarde a nuestra cita para cenar me sentí despreciada y enfadada. Me habría gustado que me advirtieras de tu retraso», en lugar del habitual «eres un desconsiderado y un egoísta». En resumen, pues, la comunicación abierta no supone un desafío, una amenaza ni un insulto, y tampoco deja lugar para ninguna de las innumerables manifestaciones de una actitud defensiva, como las excusas, la evitación de responsabilidades, los contraataques destructivos, etcétera. En este caso la empatía vuelve a revelarse como un instrumento sumamente eficaz.

Cabe añadir, por último, que el respeto y el amor no sólo pueden despejar la hostilidad del seno del matrimonio, sino también de todos los demás ámbitos de nuestra vida. Un modo muy eficaz de disminuir la tensión que provoca una pelea es permitir que el otro miembro de la pareja sepa que somos capaces de comprender su punto de vista y aceptar su posible validez, aunque no coincida plenamente con el nuestro. Otra posibilidad consiste en tratar de asumir nuestra parte de responsabilidad o incluso disculpamos si reconocemos que nos hemos equivocado. En el peor de los casos, esta confirmación significa que uno comprende lo que se le está diciendo y tiene en cuenta las emociones implicadas («me doy cuenta de que estás alterada») aunque no esté de acuerdo con su motivación. En cambio, en otras ocasiones, por ejemplo, cuando no hay ninguna pelea en juego la confirmación puede adoptar la forma de un elogio, tratando de destacar y alabar explícitamente alguna cualidad del otro. Este tipo de comunicación no sólo contribuye a crear una relación de pareja más sosegada, sino que también permite ir acumulando un capital emocional de sentimientos positivos.

La práctica

Para que estas estrategias demuestren su utilidad en los momentos emocionalmente más críticos, deben estar suficientemente grabadas. El hecho es que nuestro cerebro emocional reacciona de manera automática con aquellas respuestas emocionales que hemos aprendido a lo largo de toda nuestra vida en los repetidos momentos de enfado y de sufrimiento emocional, de tal modo que éstas terminan dominando todo nuestro panorama mental. La memoria y la reactividad están muy estrechamente ligadas a las emociones y es por esto por lo que en estos momentos resulta más difícil evocar respuestas asociadas a las situaciones de calma. Así pues, si no nos familiarizamos y entrenamos en dar respuestas emocionales más positivas, nos resultará sumamente difícil poder llegar a evocarlas cuando estemos alterados.

Por el contrario, el adiestramiento en este tipo de respuestas hasta hacerlas automáticas nos proporcionará la oportunidad de recurrir a ellas en medio de una crisis emocional.

Por esta razón. si queremos que las estrategias recién citadas se conviertan en respuestas espontáneas (o al menos en respuestas que no tarden demasiado en producirse) y lleguen a formar parte de nuestro repertorio emocional, deberemos ensayarlas y practicarlas tanto en los momentos más tranquilos como en medio de la más acalorada discusión. Todos éstos son, pues, pequeños remedios que contribuyen a forjar nuestra inteligencia emocional, antídotos, en fin, contra la desintegración matrimonial.

continua...</A>
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Missatge  Invitat 29/07/10, 02:39 pm

PARTE III : INTELIGENCIA EMOCIONAL APLICADA
Capitulo 10
Daniel Goleman


10. EJECUTIVOS CON CORAZÓN

Melburn McBroom era un jefe autoritario y dominante que tenía atemorizados a todos sus subordinados, un hecho que tal vez no hubiera tenido mayor trascendencia si su trabajo se hubiera desempeñado en una oficina o en una fábrica. Pero el caso es que McBroom era piloto de avión.

Un día de 1978, su avión se estaba aproximando al aeropuerto de Portland, Oregón, cuando de pronto se dio cuenta de que tenía problemas con el tren de aterrizaje. Ante aquella situación, McBroom comenzó a dar vueltas en torno a la pista de aterrizaje, perdiendo un tiempo precioso mientras trataba de solucionar el problema.

Tanto se obsesionó que consumió toda la gasolina del depósito mientras los copilotos, temerosos de su ira, permanecían en silencio hasta el último momento. Finalmente el avión terminó estrellándose y en el accidente perecieron diez personas.Hoy en día, la historia de este accidente constituye uno de los ejemplos que se estudia en los programas de entrenamiento de los pilotos de aviación.’ La causa del 80% de los accidentes de aviación radica en errores del piloto, errores que, en muchos de los casos, podrían haberse evitado si la tripulación hubiera trabajado en equipo.

En la actualidad, el adiestramiento de los pilotos de aviación no sólo gira en torno a la competencia técnica sino que también presta atención a los rudimentos mismos de la inteligencia social (la importancia del trabajo en equipo, la apertura de vías de comunicación, la colaboración, la escucha y el diálogo interno con uno mismo).

La cabina de un avión constituye un microcosmos de cualquier tipo de organización laboral. Pero, aunque no dispongamos de la evidencia dramática que supone un accidente de aviación, no deberíamos pensar que una moral mezquina, unos trabajadores atemorizados, un jefe tiránico y, en suma, cualquiera de las muchas posibles combinaciones de deficiencias emocionales en el puesto de trabajo, carezca de consecuencias destructivas. En realidad, los costes de esta situación se traducen en un descenso de la productividad, un aumento de los accidentes laborales, omisiones y errores que no llegan a tener consecuencias mortales y el éxodo de los empleados a otros entornos laborales más agradables. Este es, a fin de cuentas, el precio inevitable que hay que pagar por un bajo nivel de inteligencia emocional en el mundo laboral, un precio que puede terminar conduciendo a la quiebra de la empresa.

El hecho de que la falta de inteligencia emocional tiene un coste es una idea relativamente nueva en el mundo laboral, una idea que algunos empresarios sólo aceptan con muchas reservas

Un estudio realizado sobre doscientos cincuenta ejecutivos descubrió que la mayoría de ellos sentía que su trabajo exigía «la participación de su cabeza pero no de su corazón». Muchos de estos ejecutivos manifestaron su temor a que la empatía y la compasión por sus compañeros de trabajo interfirieran con los objetivos de la empresa. Uno de ellos llegó incluso a decir que consideraba absurda la idea misma de tener en cuenta los sentimientos de sus subordinados porque, a su juicio, «es imposible relacionarse con la gente». Otros se disculparon diciendo que, si no permanecieran emocionalmente distantes, serían incapaces de asumir las «duras» decisiones propias del mundo empresarial, aunque lo cierto es que les gustaría poder tomar esas decisiones de una manera más humana. Ese estudio se realizó en los años setenta, una época en la que el ambiente del mundo empresarial era muy distinto del actual. En mi opinión, estas actitudes, hoy en día, están pasadas de moda y se está abriendo paso una nueva realidad que sitúa a la inteligencia emocional en el lugar que le corresponde dentro del mundo empresarial. Como me dijo Shoshona Zuboff, psicóloga de la Harvard Business School, «en este siglo las empresas han experimentado una verdadera revolución, una revolución que ha transformado correlativamente nuestro paisaje emocional. Hubo un largo tiempo durante el cual la empresa premiaba al jefe manipulador, al luchador que se movía en el mundo laboral como si se hallara en la selva. Pero, en los años ochenta, esta rígida jerarquía comenzó a descomponerse bajo las presiones de la globalización y de las tecnologías de la información. La lucha en la selva representa el pasado de la vida corporativa, mientras que el futuro está simbolizado por la persona experta en las habilidades interpersonales».
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Missatge  Invitat 29/07/10, 02:42 pm



Algunas de las razones de esta situación son bien patentes, imaginemos, si no, las consecuencias de un equipo de trabajo en el que alguien fuera incapaz de reprimir una explosión de cólera o que careciera de la sensibilidad necesaria para captar lo que siente la gente que le rodea. Todos los efectos nefastos de la alteración sobre el pensamiento que hemos mencionado en el capitulo 6 operan también en el mundo laboral. Cuando la gente se encuentra emocionalmente tensa no puede recordar, atender, aprender ni tomar decisiones con claridad. Como dijo un empresario: «el estrés estupidiza a la gente».

Imaginemos, por otra parte, los efectos beneficiosos del dominio de las habilidades emocionales fundamentales (ser capaces de sintonizar con los sentimientos de las personas que nos rodean, poder manejar los desacuerdos antes de que se conviertan en abismos insalvables, tener la capacidad de entrar en el estado de «flujo» mientras trabajamos, etcétera). El liderazgo no tiene que ver con el control de los demás sino con el arte de persuadirles para colaborar en la construcción de un objetivo común. Y, en lo que respecta a nuestro propio mundo interior, nada hay más esencial que poder reconocer nuestros sentimientos más profundos y saber lo que tenemos que hacer para estar más satisfechos con nuestro trabajo.

Existen otras razones menos evidentes que reflejan los importantes cambios que están aconteciendo en el mundo empresarial y que contribuyen a situar las aptitudes emocionales en un lugar preponderante. Permítanme ahora destacar tres facetas diferentes de la inteligencia emocional: la capacidad de expresar las quejas en forma de críticas positivas, la creación de un clima que valore la diversidad y no la convierta en una fuente de fricción y el hecho de saber establecer redes eficaces.

LA CRITICA ES NUESTRO PRIMER QUEHACER

Él era un maduro ingeniero que dirigía un proyecto de desarrollo de software y que estaba presentando al vicepresidente de desarrollo de producto de la compañía el resultado de meses de trabajo logrado por su equipo. Con él se hallaban el hombre y la mujer con los que había trabajado codo con codo durante tantas semanas, orgullosos de presentar al fin el fruto de su labor.

Pero cuando el ingeniero hubo terminado su presentación, el vicepresidente le espetó irónicamente: «¿Cuánto tiempo hace que han terminado la carrera? Sus especificaciones son ridículas. Ni siquiera vale la pena echarles un vistazo».

Después de eso, el ingeniero, completamente abatido, permaneció sentado y en silencio el resto de la reunión. Sus dos acompañantes hicieron entonces un alegato —ciertamente algo hostil— sin orden ni concierto en defensa de su proyecto. Finalmente, el vicepresidente recibió una llamada telefónica que puso fin bruscamente a la reunión, dejando un poso de amargura e ira.

Durante las dos semanas siguientes el ingeniero estuvo obsesionado por los comentarios del vicepresidente. Desalentado y deprimido, estaba convencido de que nunca más se le asignaría ningún proyecto de importancia y, aunque estaba contento con su trabajo, llegó a pensar incluso en abandonar la compañía.

Finalmente fue a visitar al vicepresidente y le habló de la reunión, de sus críticas y de su desánimo. Fue entonces cuando le preguntó: «Estoy algo confundido con lo que usted trataba de hacer. No comprendo cuáles eran sus intenciones. ¿Le importaría decirme qué era lo que pretendía?»

El vicepresidente se quedó perplejo, pues no tenía la menor idea de que sus observaciones hubieran tenido un efecto tan devastador. De hecho, en modo alguno había desestimado el proyecto sino que, por el contrario, opinaba que era prometedor, pero que todavía debía seguir perfeccionándose. Y lo que menos había pretendido era herir los sentimientos de nadie. Luego, tardíamente, pidió perdón por lo ocurrido.

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Missatge  Invitat 01/08/10, 12:26 am

Éste, en realidad, es un problema de feedback, un problema de dar la información exacta necesaria para que la otra persona siga por un determinado camino. El feedback, en su sentido original en la teoría de sistemas, implica el intercambio de datos sobre cómo está funcionando una parte de un sistema, con la comprensión de que todas las partes están interrelacionadas, de modo que la transformación de una parte puede terminar afectando a la totalidad. En una empresa, todo el mundo forma parte del sistema, y el feedback es el alma de la organización, el intercambio de información que permite que la gente sepa si está haciendo bien su trabajo o si, por el contrario, debe mejorarlo, efectuar algunos cambios o reorientarlo por completo. Sin feedback la gente permanece en la oscuridad y no tiene la menor idea de la forma en que debe relacionarse con su jefe o con sus compañeros, lo que se espera de ellos y qué problemas empeorarán a medida que pase el tiempo.

En cierto sentido, la crítica es una de las funciones más importantes de un jefe aunque es también una de las más temidas y soslayadas. Como ocurría con el sarcástico vicepresidente del ejemplo con el que comenzábamos esta sección, los jefes no suelen ser especialmente diestros en el arte crucial del feedback. Y esta deficiencia tiene un coste realmente extraordinario porque, del mismo modo que la salud emocional de una pareja depende de la forma en que expresen sus quejas, la eficacia, la satisfacción y la productividad de la empresa dependen también de la forma en que se hable de los problemas que se presenten. En realidad, la forma en que se expresan y se reciben las críticas constituye un elemento determinante en la satisfacción del trabajador con su cometido, con sus compañeros y con sus superiores.

La peor forma de motivar a alguien

Las vicisitudes emocionales que operan en el seno del matrimonio también lo hacen en el mundo laboral, donde asumen formas similares. En ambos casos, las críticas suelen expresarse en forma de quejas personales más que como quejas sobre las que se puede actuar, en forma de acusaciones personales cargadas de disgusto, sarcasmo y desprecio y, en consecuencia, también dan lugar a reacciones de defensa, de declinación de la responsabilidad y finalmente al pasotismo o a la amarga resistencia pasiva que provoca el hecho de sentirse maltratado. De hecho, como nos dijo un ejecutivo, una de las formas más comunes de crítica destructiva consiste en una afirmación generalizada y universal —como, por ejemplo: «¡tú lo confundes todo!», expresada en un tono duro, sarcástico y enojado— que no propone una forma mejor de hacer las cosas ni tampoco deja abierta la menor posibilidad de respuesta. Este tipo de afirmación, en suma, despierta los sentimientos de impotencia y de enojo. Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, estas críticas manifiestan una flagrante ignorancia de los sentimientos que puede llegar a tener un efecto devastador en la motivación, la energía y la confianza de quien las recibe.

Esta dinámica destructiva quedó clara en una investigación en la que se pidió a una serie de ejecutivos que recordaran algún momento en el que una amonestación a sus subordinados hubiera terminado convirtiéndose en un ataque personal. El hecho es que estos ataques tienen efectos muy similares a los que ocurren en el seno del matrimonio puesto que, la mayor parte de las veces, los empleados que los recibieron reaccionaron poniéndose a la defensiva, disculpándose, eludiendo la responsabilidad o cerrándose completamente en banda (que no es sino una forma de tratar de evitar todo contacto con la persona que le está regañando). No cabe la menor duda de que, si se les hubiera sometido al mismo tipo de microscopio emocional que John Gottman utilizó con las parejas casadas, se habrían descubierto en aquellos atribulados empleados los mismos pensamientos de víctima inocente o de justa indignación propios de los maridos o esposas que se sentían injustamente atacados y lo mismo habría ocurrido si se hubieran medido sus reacciones fisiológicas. Y esta respuesta pone en marcha un ciclo que, en el mundo empresarial, suele abocar al equivalente laboral del divorcio: la renuncia al trabajo o el despido.

En un estudio realizado sobre 108 jefes y trabajadores de cuello blanco, las críticas inadecuadas estaban por delante de la desconfianza, los problemas personales y las luchas por el poder y el salario como uno de los principales motivos de conflicto en el mundo laboral.

Un experimento llevado a cabo en el Rensselaer Polytechnic Institute demostró claramente el efecto pernicioso de la crítica mordaz sobre las relaciones laborales. El experimento consistía en elaborar un anuncio para un nuevo champú, una tarea que fue encomendada a un grupo de voluntarios. Otro voluntario (confabulado con los experimentadores) era el encargado de valorar —mediante dos tipos de críticas predeterminadas— los anuncios que se proponían. Una de las críticas era considerada y concreta, pero la otra incluía acusaciones sobre supuestas deficiencias innatas de la persona (con comentarios tales como «no merece la pena que vuelvas a intentarlo. No puedes hacer nada bien» o «tal vez sea falta de talento. Se lo pediré a otro»).
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